Al salir del cine: EL PECADO DE AMAR (Philomena)
César Bardés [colaboraciones].-
Una madre nunca deja de amar por mucho que el destinatario de su cariño
sea un extraño. Más aĂşn si ese niño que un dĂa tuvo le fue arrebatado en medio
de un falso olor a santidad, creyendo estar al servicio de Dios cuando solo se
está al servicio de las más rancias creencias. Una de ellas es creer que Dios
exige al pecador un pago en kilos de sufrimiento. A Dios no hay que temerlo,
hay que amarlo, porque su perdón es el que hay que poner en práctica y en Él no
existe el odio como tampoco deberĂa existir entre nosotros.
Estar al margen de los
problemas de la gente normal no es más que un signo de pereza mental, de deseos
de pertenecer a una Ă©lite que, en el fondo, no sirve para nada. Ser Ăştil en el
trabajo de periodista es informar de las injusticias con objetividad, sin
cobrarse venganzas, sin falsos sensacionalismos que solo llevan a la
adulteraciĂłn de la profesiĂłn.
La responsabilidad de
hacer algo por alguien mientras se informa es tan grande que lo Ăşnico que hace
es fabricar profesionales de la huida disfrazados de valientes. Eso no es
periodismo. Es oportunismo. Y eso es lo que ahora mismo sobra en el mundo.
En el fondo de los ojos de una anciana yace tanto dolor que la
invitaciĂłn a perderse entre ellos es demasiado tentadora como para rechazarla.
A esas arrugas de experiencia y de serenidad, hay que acompañarlas. A ese
entusiasmo por encontrar una parte de sĂ misma en el eterno viaje del
encuentro, hay que dar apoyo. A la tremenda bondad de sus gestos y afabilidad
en sus ademanes, hay que darle respeto.
Hoy, sencillamente, hay muy pocas personas dispuestas a dar
compañĂa, apoyo y respeto. Son valores en fuga en un mundo donde sĂłlo vale
llegar primero, llegar mejor y llamar mucho la atenciĂłn. Y la respuesta a todo
quizá esté ahà al lado, en la siguiente esquina, en el parque más cercano, en
la certeza más próxima.
Y es que es difĂcil dar la espalda a las raĂces porque, tal
vez, en una mirada se encuentra toda la ternura de un niño que se fue mirando
por la ventana de atrás de un coche. En gestos diferidos se aprecia la verdad
de un presente que nunca fue propiedad de una madre porque se perdiĂł los
mejores momentos de un hijo de diferente destino.
ACTRIZ CON MAYĂšSCULAS
Sus primeras notas, sus primeros juegos, su primer amor, su
primer tĂtulo, su primer trabajo, su primer fracaso, su primer Ă©xito...Momentos
que pueden pasar desapercibidos para el resto pero que construyen toda una vida
dedicada al amor, al pecado de amar, al mejor y más agradable de los pecados.
Bajo una elegantĂsima direcciĂłn de Stephen Frears, que
cuenta las cosas pausadamente y con unos movimientos de cámara llenos de clase
y paciencia, Judi Dench impresiona en sus hechuras, en sus gestos, en sus miradas
que desarman, demostrando cĂłmo se llega a ser una gran actriz y cĂłmo eso que
ella hace en la pantalla no tiene nada que ver con lo que hacen esa oleada de
jĂłvenes actrices que aĂşn no aguantan un primer plano.
Todas sus arrugas, todas sus sonrisas, todo su sufrimiento
es compartido con el espectador porque ella traspasa toda apreciaciĂłn
inteligente y lo Ăşnico que se puede hacer contemplando su arte es guardar
silencio en una señal inmortal de respeto y de cariño hacia una mujer que hace
olvidar durante un rato los problemas para estar junto a ella. Ăšnica e
inigualable. Actriz con mayĂşsculas.
Por lo demás, hay que tener la certeza de que la gente
sencilla, la que ve el programa de televisiĂłn que todos ven, la que compra el
periódico de titulares más grandes, la que lee libros de complejidad más simple
que este artĂculo, merece todos los respetos de aquellos que se creen que
pertenecen a otra clase porque se han movido en otros ambientes o se han
codeado con polĂticos de medio pelo que no han dudado en vender a los más
allegados para prolongar, unos meses más, su carrera de engaños. Más que nada
porque, como dijo el poeta, el que sabe de dolor, todo lo sabe y ellos han
sufrido mucho, mucho más.
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