Políticos y cualificación profesional
Francisco M. Navas [colaboraciones].-
Cuando cada mañana encendemos la radio en nuestro coche de camino al trabajo, nos llueven, como un aluvión de piedras sobre nuestras espaldas, todo tipo de noticias relacionadas de una u otra manera con la política.
Sobornos, estafas, arbitrariedades, proyectos fallidos o nuevas medidas que estrangularán aún más a la clase trabajadora de este país, mientras para los ricos y sus grandes empresas todo son parabienes, desgravaciones fiscales, puertas falsas al fin y al cabo con las que eludir la implacable acción que Hacienda ejerce sobre los que estamos sujetos a una nómina por cuenta ajena.
Paralelamente nos bombardean igualmente con todo tipo de anuncios y mensajes sobre la necesidad de consumir tal o cual producto, ir de vacaciones casi regaladas o cambiar de coche, como si con lo que tenemos encima no tuviéramos otra cosa en que pensar.
Diez minutos de anuncios de todo tipo de cosas innecesarias intercalados sabiamente cada media hora más o menos a lo largo de la programación diaria acaban haciendo mella, y uno se olvida por un momento de sus propias miserias, de su situación real, para acabar cavilando sobre si ese estropajo que anuncian acabará realmente con esas asquerosas manchas negruzcas de su bañera.
Nuestra sociedad capitalista está gobernada a diferentes niveles por una clase política bien pagada y excelentemente tratada laboralmente en cuanto a productividad personal y efectividad social se refiere. A usted nunca se le ocurriría pagarle a un fontanero que le deja el grifo goteando, o a un albañil que en vez de repararle un pequeño desconchón en un muro se lo echa abajo. Tampoco se le pasaría por la cabeza siquiera dejar en manos de un curandero la salud de su hija enferma, o el arreglo de su coche en manos de un aficionado.
CHUPAR DEL BOTE
Sin embargo, somos absolutamente complacientes y permisivos en todo cuanto a la clase política se refiere. El político profesional, el que lleva toda la vida chupando del bote sin dar una a derechas, no necesita cualificación profesional alguna.
Sólo necesita que sus amiguetes del partido lo pongan en una lista inamovible y decidida de antemano por unos poquitos, los que mandan, claro, para que usted se convierta, de la noche a la mañana, en alcaldesa, concejal, diputado o incluso presidente de gobierno.
Después vendrán como borregos los militantes de esos partidos a votar internamente esas listas (¡Ay del que se señale poniendo peguitas y haciendo preguntitas, y menos en público, porque ése jamás irá en una lista!).
Rematarán la jugada los ciudadanos y ciudadanas cada cuatro años para refrendar este despropósito, creyendo ingenuamente una y otra vez que lo que prometen estos mentirosos de oficio lo cumplirán a pie juntillas cuando gobiernen, y que los suyos, los que ellos votan, son los buenos, mientras que los otros son los malos.
Craso error: son todos iguales, porque todos son perfectamente conscientes de que, como viven de políticos, cobrando hasta por respirar sin doblar el espinazo, no van a vivir en la vida desempeñando cualquier otro oficio o profesión.
Y si no me creen, vayan y comparen. Vayan ustedes a presentarse de conserjes a un colegio público: les pedirán una determinada cualificación de estudios, superar una prueba escrita y competir con una interminable lista de aspirantes que, como usted, sueñan con ese puesto de trabajo como solución de todos sus males presentes y futuros.
POLÍTICOS SIN CUALIFICACIÓN
O si lo prefieren, presenten un currículum para cocinero: además de una certificación de estudios sobre alimentación, cocina y manipulación de alimentos, le pedirán referencias, puestos desempeñados anteriormente, y un sinfín de requisitos más.
Entre maestros y maestras, profesorado de instituto, economistas y abogados, muchos de ellos en excedencia de sus respectivos puestos de trabajo de referencia, se copan el ochenta por ciento de los puestos políticos de este país.
Con la salvedad de que, como no necesitan esa cualificación profesional de la que hablábamos al principio para desempeñar esta función o aquélla, nos encontraremos a menudo a un economista de ministro de sanidad, un médico de portavoz de un grupo parlamentario, un maestro o una profesora de instituto de lo que sea necesario y, por qué no decirlo, un registrador de la propiedad de presidente de gobierno.
Da igual. Porque para solucionar los problemas cotidianos están los técnicos, muchos de ellos puestos también a dedo por estos mismos políticos que llegan a amañar oposiciones y no tienen escrúpulo alguno en colocar de por vida en la administración pública a quienes les sirven bien, pero con la enorme diferencia de que es a ellos, los técnicos, a quienes toca lidiar con los problemas del día a día, recibir en sus respectivos lomos los palos de las posibles meteduras de pata de los políticos y, si hiciera falta, ir a la cárcel por ellos. ¿Quién da más?
Cuando cada mañana encendemos la radio en nuestro coche de camino al trabajo, nos llueven, como un aluvión de piedras sobre nuestras espaldas, todo tipo de noticias relacionadas de una u otra manera con la política.
Sobornos, estafas, arbitrariedades, proyectos fallidos o nuevas medidas que estrangularán aún más a la clase trabajadora de este país, mientras para los ricos y sus grandes empresas todo son parabienes, desgravaciones fiscales, puertas falsas al fin y al cabo con las que eludir la implacable acción que Hacienda ejerce sobre los que estamos sujetos a una nómina por cuenta ajena.
Paralelamente nos bombardean igualmente con todo tipo de anuncios y mensajes sobre la necesidad de consumir tal o cual producto, ir de vacaciones casi regaladas o cambiar de coche, como si con lo que tenemos encima no tuviéramos otra cosa en que pensar.
Diez minutos de anuncios de todo tipo de cosas innecesarias intercalados sabiamente cada media hora más o menos a lo largo de la programación diaria acaban haciendo mella, y uno se olvida por un momento de sus propias miserias, de su situación real, para acabar cavilando sobre si ese estropajo que anuncian acabará realmente con esas asquerosas manchas negruzcas de su bañera.
Nuestra sociedad capitalista está gobernada a diferentes niveles por una clase política bien pagada y excelentemente tratada laboralmente en cuanto a productividad personal y efectividad social se refiere. A usted nunca se le ocurriría pagarle a un fontanero que le deja el grifo goteando, o a un albañil que en vez de repararle un pequeño desconchón en un muro se lo echa abajo. Tampoco se le pasaría por la cabeza siquiera dejar en manos de un curandero la salud de su hija enferma, o el arreglo de su coche en manos de un aficionado.
CHUPAR DEL BOTE
Sin embargo, somos absolutamente complacientes y permisivos en todo cuanto a la clase política se refiere. El político profesional, el que lleva toda la vida chupando del bote sin dar una a derechas, no necesita cualificación profesional alguna.
Sólo necesita que sus amiguetes del partido lo pongan en una lista inamovible y decidida de antemano por unos poquitos, los que mandan, claro, para que usted se convierta, de la noche a la mañana, en alcaldesa, concejal, diputado o incluso presidente de gobierno.
Después vendrán como borregos los militantes de esos partidos a votar internamente esas listas (¡Ay del que se señale poniendo peguitas y haciendo preguntitas, y menos en público, porque ése jamás irá en una lista!).
Rematarán la jugada los ciudadanos y ciudadanas cada cuatro años para refrendar este despropósito, creyendo ingenuamente una y otra vez que lo que prometen estos mentirosos de oficio lo cumplirán a pie juntillas cuando gobiernen, y que los suyos, los que ellos votan, son los buenos, mientras que los otros son los malos.
Craso error: son todos iguales, porque todos son perfectamente conscientes de que, como viven de políticos, cobrando hasta por respirar sin doblar el espinazo, no van a vivir en la vida desempeñando cualquier otro oficio o profesión.
Y si no me creen, vayan y comparen. Vayan ustedes a presentarse de conserjes a un colegio público: les pedirán una determinada cualificación de estudios, superar una prueba escrita y competir con una interminable lista de aspirantes que, como usted, sueñan con ese puesto de trabajo como solución de todos sus males presentes y futuros.
POLÍTICOS SIN CUALIFICACIÓN
O si lo prefieren, presenten un currículum para cocinero: además de una certificación de estudios sobre alimentación, cocina y manipulación de alimentos, le pedirán referencias, puestos desempeñados anteriormente, y un sinfín de requisitos más.
Entre maestros y maestras, profesorado de instituto, economistas y abogados, muchos de ellos en excedencia de sus respectivos puestos de trabajo de referencia, se copan el ochenta por ciento de los puestos políticos de este país.
Con la salvedad de que, como no necesitan esa cualificación profesional de la que hablábamos al principio para desempeñar esta función o aquélla, nos encontraremos a menudo a un economista de ministro de sanidad, un médico de portavoz de un grupo parlamentario, un maestro o una profesora de instituto de lo que sea necesario y, por qué no decirlo, un registrador de la propiedad de presidente de gobierno.
Da igual. Porque para solucionar los problemas cotidianos están los técnicos, muchos de ellos puestos también a dedo por estos mismos políticos que llegan a amañar oposiciones y no tienen escrúpulo alguno en colocar de por vida en la administración pública a quienes les sirven bien, pero con la enorme diferencia de que es a ellos, los técnicos, a quienes toca lidiar con los problemas del día a día, recibir en sus respectivos lomos los palos de las posibles meteduras de pata de los políticos y, si hiciera falta, ir a la cárcel por ellos. ¿Quién da más?
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