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Ausencia de escrúpulos

    
Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Hace falta tener estómago para digerir el sinfín de noticias cotidianas que nos hacen sorprendernos para acabar dejándonos estupefactos cuando ya creíamos haberlo visto todo. La impotencia ante los desmanes que la mayoría de los gobernantes cometen impunemente a diario nos hacen sentir no sólo indefensos, sino insignificantes.

La matanza organizada y sistemática perpetrada por Israel en la franja de Gaza consigue horrorizarnos de nuevo contemplando el macabro desfile de decenas de muertos inocentes, de cadáveres aún tibios de hombres, mujeres y niños cuyo único crimen es haber nacido en una tierra que les fue robada por la comunidad internacional hace ahora tres cuartos de siglo.

Nadie puede creer ya que las piedras, los palos y los cohetes de juguete puedan suponer una amenaza real para el pueblo elegido de Israel, armado hasta los dientes con un sofisticado arsenal facilitado diligentemente por ingleses, americanos e incluso por España.

Un pueblo belicoso e implacable que, amparado permanentemente por la administración americana, y por el resto de países con los que mantiene jugosos intereses económicos, posee incluso la bomba atómica y día a día parece querer superar con el pueblo palestino la maldad de sus verdugos durante el holocausto.

Ninguna idea política, ningún afán de establecer nuevos asentamientos, ningún montón de dinero por grande que sea, ninguna religión vale lo que vale una sola vida humana. Supongo que cuando se junten Alá, Jehová y Jesucristo para cambiar impresiones sobre el exterminio palestino se llevarán las manos a la cabeza, horrorizados, por esta matanza interminable planeada y ejecutada en sus respectivos nombres. 

DERRIBO DEL AVIÓN

En otro orden de cosas, las confusas noticias sobre el asesinato colectivo de la tripulación y el pasaje del vuelo de Malasya Airlines, derribado impunemente con misiles que ningún bando reconoce poseer, con cajas negras que desaparecen y aparecen como el Guadiana, con cadáveres apiñados en bolsas de plástico en vagones que nada tienen de refrigerados, vuelven a devolvernos al horror y a la impotencia. El gas natural y los negocios vuelven a ser más importantes que las vidas humanas.

Y como la actualidad española no podía quedarse a la zaga, pasan de rondón noticias como la alarmante disminución de ayudas a la dependencia, eufemismo utilizado para ocultar la cruda realidad: personas que no pueden valerse por sí mismas, atendidas desinteresadamente por personas que sufren y envejecen con ellos, a las que la sociedad se niega a ayudar con unos pocos euros al mes.

Mientras, se destapa el escándalo mayúsculo, otro más, de las maquinaciones de Caixa Bank para acaparar ahorros de sus clientes mediante engaños a fin de conseguir un óptimo resultado en sus cuentas, de las que saldrán los jugosos y espléndidos sueldos de sus directivos, sus nada ridículas indemnizaciones por jubilación.

Como broche de oro: su nacionalización por un gobierno títere que la interviene para acabar regalándosela al BBVA, dilapidándose en un solo día la misma cantidad de millones de euros recortada sin piedad durante tres años al pueblo español en educación, sanidad y servicios sociales.

¿DÓNDE ESTÁ LA GENTE?

Mientras tanto, ¿dónde está la gente? ¿Dónde están los jóvenes sin trabajo y sin futuro? Seguramente viendo los fichajes del Real Madrid en el Santiago Bernabéu o los del Barcelona en el Camp Nou. Parece como si todo el mundo, en cada una de las situaciones anteriormente expuestas, insistiese en mirar para otro lado.

Y como yo, unas pocas personas, cada vez menos, nos preguntamos: ¿Para qué sirven realmente tantos partidos políticos en la oposición que vociferan al gobierno cuando los enfocan las cámaras y a continuación se toman un café entre risas con el ministro de turno en la cafetería del Congreso?

Se ha perdido definitivamente la decencia en política, esa palabra que oí una vez ser definida en una película americana como “ese conjunto de reglas que nos enseñaba nuestra abuela cuando éramos pequeños”.

Y con la decencia se ha perdido igualmente la ética del trabajo bien hecho, la preocupación por el bien común, el altruismo, ese acto cotidiano y permanente que supone ponerse en el lugar de los demás, para atender a sus problemas e intentar solucionarlos.

Sólo somos capaces de pensar y actuar en función del color de los billetes que a diario manejamos y la filosofía colectiva instalada hace ya tiempo es la de “Sálvese quien pueda”. Así nos luce el pelo.

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