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Escenarios madrileños: El “Café Gijón”-1

 
 Félix Arbolí [colaboraciones].-

 La primera vez que estuve en el “Café Gijón”, acababa de licenciarme del servicio militar en Marina. Me llevó Sebastián Ayala, cuñado de mi tío Pepe, uno de mis familiares más queridos. Mi introductor en este para mi desconocido Parnaso, era un señor muy serio, soltero y elegante. Aparentaba una severidad que escondía gran ironía.(FOTOS: Fernando Fernán Gómez, Umbral, Gerardo Diego, Buero Vallejo y Alfonso Paso).

Me vio uno de los días en el ministerio, donde ya trabajaba como civil, y me dijo que si quería ser periodista debía conocer el local donde se reunían los personajes más destacados de la farándula y la pluma. El santuario de la cultura. Esa misma tarde atravesamos su puerta giratoria y las cortinas rojas tras las que se escondían los artistas y escritores que habían alcanzado la gloria o lo estaban intentaban.

Quedé impresionado ante tantos famosos en la barra y en sus mesas. Entonces el “Gijón” estaba en pleno auge y era obligado referente a todo aquél que llegara a Madrid con aspiraciones artísticas y literarias o simplemente pavonearse a su regreso a provincias de haber estado con las figuras más famosas y populares del momento. No podía imaginar entonces que se convertiría en mi frecuente escritorio y valiosa fuente de noticias a lo largo de mi soñada carrera periodística. 

Tras la barra los dos  “Pepe”, primos hermanos y nietos de la centenaria propietaria del local. Ellos llevaban la dirección turnándose mañanas o tardes. Era gran amigo de ambos. Personaje muy popular Luis, el “cerillero”, vendedor de tabaco y lotería, que a primera vista daba la impresión de ser una persona distante y parca en palabras, aunque era todo lo contrario con los que él se sentía cómodo.

Conmigo se llevaba bien, hasta el extremo que alguna vez, ante mis escasos recursos económicos del momento, no solo me fiaba el tabaco, sino que me prestaba para poder abonar no solo la consumición, sino el regreso a casa. Algo insólito  ya que contaban que había cerrado el crédito,  pues más una vez perdió el dinero y el cliente en ese mundo más propicio a pedir, que a restituir.


UMBRAL, CHILLIDA, VICENT, GERARDO DIEGO, FERNÁN GÓMEZ

En la mesa delantera, Paco Umbral iniciaba su vida literaria y social, cuando  no era conocido fuera de ese  ambiente. Lo recuerdo siempre a cuerpo y en los días intensos de frío, con una larga bufanda blanca supliendo al inexistente abrigo. Sus contertulios fijos el escultor Chillida y el escritor aún no muy conocido Manuel Vincent. 

En una de las mesas del fondo, Gerardo Diego, el poeta y escritor cántabro, perteneciente a la generación del 27, con su tertulia de sobremesa que se alargaba hasta las primeras horas del atardecer.

Otro de los clientes asiduos,  Fernando Fernán Gómez, ya reconocido por sus éxitos artísticos y literarios. No tenía tertulia definida, ésta siempre se formaba a su alrededor.      

BUERO VALLEJO

A veces, en las mesas laterales encontraba a Antonio Buero Vallejo, con esa expresión de bondad y tristeza que le caracterizaba. La serenidad del ser limpio de conciencia, junto a la amargura del hombre tan injustamente tratado por una sociedad politizada e intolerante.

Había sido objeto de muchas penalidades. Fue una de las personas que más me impactó  y de la que me sentía orgulloso de considerarme amigo. No he conocido a un hombre más grande y sencillo a un tiempo. Extremadamente correcto, atento, generoso y paciente.

Las suyas han sido las entrevistas que más me han vetado, aunque en ellas solo se hablara de teatro y nada de política. Era una persona extraordinaria tocada de la mano de Dios, a pesar de que posiblemente no fuera creyente. Amigo y compañero de celda del gran poeta Miguel  Hernández, le hizo un magnífico dibujo que se publicó en las biografías del poeta. Estuvo condenado a muerte y se salvó no sé por qué causa o milagro.

Al final, hasta pudo estrenar sus magníficas obras teatrales y alcanzar el reconocimiento universal como uno de los autores más prestigiosos y brillantes de nuestro teatro. Luego llegó su acceso a la Academia y a otras instituciones culturales. Junto a Pemán y Cela, ha sido la figura humana y literaria que más he admirado y recuerdo con auténtica veneración y nostalgia.

ALFONSO PASO

Alfonso Paso fue compañero en la carrera de periodismo y obtuvimos el título en la misma promoción, junto a Matías Prats y David Cubedo, hijos. Con bastante frecuencia  solía ir por el Gijón, en unión de su inseparable Adela. El autor estaba casado y separado (no había divorcios entonces) de su esposa Evangelina Jardiel Poncela, hija del célebre autor teatral.

Era un hombre siempre ocupado, con prisas y muy enamoradizo. Conocí también a Evangelina cuando aún vivían juntos, una vez que fui a su casa y he de aclarar que valía físicamente mucho más que su amante y celosísima compañera. Algún encanto escondido tendría. Siempre me trataron con mucho afecto y amabilidad. El periodista en aquellos tiempos era una figura muy respetada y apreciada.

Circulaban muchos bulos sobre los amores y peculiaridades de esta pareja, pero en aquellos tiempos estos temas eran impublicables y la prensa menos contaminante. Fue el autor teatral del momento y hubo hasta cinco obras suyas representadas al mismo tiempo.  Como en el caso de Lope de Vega, se podía decir de su fecundidad literaria, que “más de ciento en horas veinticuatro pasaron de las musas al teatro”.

Intentar hablar del “Café Gijón” en un artículo es como el famoso pasaje del  angelito que pretendía vaciar con una concha toda el agua del mar. Aún hoy día lo visito en mis escasas escapadas al centro de la ciudad y suelo utilizarlo como lugar para mis citas con amigos que llegan de afuera. En él también firmé el contrato con la editorial catalana para publicar mis dos últimos libros. Pero éstas y otras anécdotas merecen ser tratadas en próximos capítulos.

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