La televisión y la abusiva publicidad
Félix Arbolí [colaboraciones].-
No nos damos cuenta de la cantidad de majaderías y barbaridades que oímos y vemos a diario y que como el constante fluir del agua sobre la roca, acaba por erosionar nuestros conocimientos y destruir nuestros principios. Las nuevas tecnologías han acabado con nuestra independencia mental y nos han sometido a consignas y posiciones que jamás habríamos adoptados sin esas influencias.
Estamos todo el día conectados al móvil, al ordenador y la televisión, que no nos queda tiempo para las cuestiones que realmente nos deberían interesar. Nos tragamos todo cuanto nos cuentan o rumorean y vivimos más de la opinión de los demás que de la propia.
Han anulado nuestra personalidad y nos han hecho marionetas de sus extravagancias. Los manipuladores de nuestra mente nos indican en todo momento, de una manera machacona, lo que debemos comer, beber y hasta pensar y nos han convertido en obsesos de sus promocionados y, en ocasiones, inútiles productos.
Resulta alarmante la cantidad de personas que viven sugestionados por esas marcas que les repiten una y otra vez, como si en ellas estuviera la panacea de todos sus males y defectos. Insisten bajo distintas denominaciones sobre ese remedio para alcanzar la eterna juventud, que anuncia una sofisticada, retocadísima y acartonada modelo o actriz que apenas puede mover los labios y expresarse con gestos a causa de tantos estiramientos. Hay algunas que al ver el estado en que han quedado, sirven de antídoto al producto recomendado.
Considerando este panorama, me siento obnubilado y creo que he dado ya el gran salto a ese vacío mental que se suele sufrir al llegar a cierta edad. Me han metido tal lío en la cabeza que no sé si a mi edad es normal esta empanada cerebral o si soy preso de una confabulación generalizada que nos tiene robotizados y nos hace aceptar dócilmente las directrices de esa “aula cultural de la pequeña pantalla”, como si fueran verdades inalterables.
PACIENCIA Y MASOQUISMO
Cada día veo más difícil esa luminosidad que dicen nos espera en el más allá, pues resulta difícil pensar un final feliz para esta descabellada y alocada película que protagonizamos.
Desde que tengo el ordenador apenas veo la televisión y cuando lo hago, busco canales de películas de acción y evasión, a pesar de ser consciente de la agobiante retahíla de anuncios que me he de tragar. No tantos como en esas dos cadenas comerciales, que hay que tener una gran dosis de paciencia y ser masoquista, para conectarlos. Antes había un control oficial que determinaba el espacio publicitario que debía intercalarse en cada película o programa.
Hoy las cadenas nos meten por cada quince minutos de programa, doble de soporíferos reclamos que, dada su insistencia, nos hacen aborrecer las marcas que promocionan. Para colmo, se ha impuesto la mala costumbre de que el presentador/a, al terminar la letanía de ese petardeo publicitario soportado, vuelva a insistirnos con nuevas promociones que él se encarga de recitar, como si se tratara de una lección de catecismo bien aprendida. ¿No han tenido ya bastante con la “metralla” lanzada?
Hay cadenas que se hacen insoportables ofreciéndonos dinero a cambio de una simple llamada o mensaje. Llevan años con este juego. Miles de euros a unos agraciados a los que nadie ve, aunque a veces nos suelten un nombre que debe figurar en la guía en cientos de sus páginas. No quiero insinuar que haya tongo, pero sí que debían hacerse ante un notario o cara al público y mostrar alguna vez el momento de la entrega o la cara del afortunado con esa “solidaria generosidad”.
Hay un anuncio que dice “¿Qué le falta a la “roja?”. Y aparece una marca de pan. Debe ser a esta falta de pan a la que se refería Xavi, cuando dijo que la selección tenía hambre. Si ellos tienen hambre, ¿qué tendrá el pueblo que no percibe ingresos y solo recibe las primas de la familia que les visitan? Creo que ese anuncio debía cambiar su texto.
INGENIERO DE LAVAVAJILLAS
Hay otro, el de una capsulita para lavadoras, en el que entre otros personajes que parecen sacados de una novela de Jardiel Poncela, un hombre se queja de lo sucia que “le” ha traído la ropa su niña de las colonias. Y en tono triunfal habla de los poderes “casi mágicos” que tiene ese producto para limpiar su ropa.
No sé qué quieren dar a entender con la aparición de ese padre quejándose y realizando en solitario las faenas domésticas. A lo mejor, mientras él lava, su mujer, pues la niña debe tener una madre, está embebida viendo “Sálvame” y oyendo a Raquel Bollo dando patadas al diccionario, con su constante “habemos”, en lugar de estamos o hemos.
No es que está mal que se ayude a la mujer en las faenas de la casa, yo lo hago ahora que puedo, pero no como una obligación exclusiva mía, sino como una tarea compartida. Aunque confieso que no sé poner una lavadora. .
Otra anuncio nos habla seriamente de una nueva carrera que no sé en qué escuela técnica se cursa. Me refiero a ese señor que se nos presenta como “ingeniero de lavavajillas”. Es la primera noticia que tengo al respecto. ¿Puede usarse una falsa ingeniería tan libre y públicamente?
Mención aparte merecen las llamadas “marcas blancas, que se ven y venden en todos los súper. Según una firma comercial, sólo el producto que ellos ofrecen tiene las debidas garantías. Cuando la mamá cotilla descubre al técnico que su hija utiliza “marcas blancas”, para su lavavajillas, éste la hace responsable del deterioro de la máquina y en otro de una “vitrocerámica”, dice lo mismo.
Pienso que las grandes marcas se han puesto de acuerdo para desacreditar a estos productos de más bajo precio. Si es verdad lo que dicen, deberían retirar de la venta esas marcas blancas que ellos aseguran perjudican el funcionamiento de nuestros aparatos y si no es verdad, exigir al anunciante que retire su crítica infundada. No se puede desacreditar sin fundamentos a la competencia porque esta venda sus productos más baratos.
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