Ésta no es mi Dulcinea, ni yo su Quijote

Félix Arbolí [colaboraciones].-

Hay ocasiones que me gustaría no haber nacido en España y no es porque haya dejado de quererla, sino por la caterva de malandrines que la manejan, manipulan y destrozan a su antojo, saltándose a la torera y con todo descaro todas las normas morales, éticas y cívicas habidas y por llegar.

Me ofende la laxitud de conciencia generalizada que se ha convertido en nuestra nueva seña de identidad, sin que nadie se sienta responsable, ni se oiga la voz de un indignado por haber llegado a tales extremos.

Me desagrada y me duele España por esas continuas corrupciones de políticos sin escrúpulos y su camarilla de familiares, amigos y socios en turbios negocios y sospechosas actividades, que roban con total  impunidad al pueblo y se enriquecen a costa de la miseria que provocan. 

Me repugna la cada vez más alarmante falta  de respeto y hasta desprecio que tratan y hablan de creencias, símbolos y otras cuestiones transcendentales, sin que haya nadie con el valor necesario para defender los ideales ultrajados.

Me avergüenza e indigna el abuso de la ordinariez, chabacanería y obscenidad en tribunas, programas televisivos y otros lugares públicos, transformando sus audiencias en masas embrutecidas que ríen y aplauden sus necedades y groserías. Ser un país en el que se ensalza y premia lo que a mentes normales, sin tener que considerarse progresistas, no les parece vergonzoso, pero tampoco motivo de orgullo y ostentaciones.

 ULTRAJE A LA BANDERA

 Siento envidia de los estadounidenses, que colocan su bandera en las puertas de sus casas, le rinden respeto emocionados y la enarbolan con orgullo, mientras en algunos lugares de España denigran la nuestra, la queman y destrozan públicamente, sin que nadie trate de impedirlo. 

El ultraje a la bandera que yo juré defender y respetar cuando hice mi servicio militar, es algo que siento como ofensa propia, sin olvidar que por ella combatieron y murieron muchos de nuestros antepasados en los más insospechados lugares del mundo, cuando lo de derecha e izquierda solo era una forma de señalar una posición. ¿Por qué tanto odio a una bandera que no impuso Franco, sino que éste aceptó porque era la nuestra desde pesadas centurias?                            

Cuando el hombre carece de ideal y pierde su estímulo, se convierte en un pelele que se mueve a merced del viento que le sople con más fuerza o se halle más cercano, indiferente al destino que le lleve. Seguimos como dóciles ratas el liderazgo del primer flautista de Hamelin que se nos presente por el simple hecho de que diga más alto sus mentiras,  escupa con más rabia sus rencores o haga de las provocaciones su manera de medrar entre las mediocridades que le admiran y le siguen. 

Hoy la moral, la discreción, el buen hacer, la honestidad y la dignidad se consideran obstáculos para triunfar en la política, la sociedad y los negocios. Los que las practican y respetan son los que nutren las colas del paro y sufren los desahucios. ¿Ha visto usted algún banquero, político o cargo entre aquellos? 

ÍNSULA BARATARIA

Es la hora de los “santones” que sacuden a las masas con consignas de confrontación, ofreciéndoles  un paraíso, tan utópico como el de Moro y tan perdido como el de Milton, donde estos nuevos ídolos dispondrán de todos sus frutos y sus fieles seguidores seguirán trabajando y conformándose con las cáscaras que hallen en el camino.

Los profetas no existen fuera de la Biblia y ya ha pasado el tiempo de los cuentos de hadas. Nadie parece comprender que cuanto más alto suba y llegue una persona, más difícil será que distinga y le interese lo que ocurre abajo.

Desde que el mundo existe hay listos y simples, ricos y pobres, mandatarios y mandados, trileros y estafados. Hoy gobiernan unos y viven a lo grande y mañana serán los que hoy protestan y avivan enconos, los que lo dirijan y gocen los privilegios que ahora  critican. Un quita y pon que se repite hasta la saciedad desde el inicio de los tiempos.

Nos hemos dormido en los laureles de una mal enfocada libertad y hemos dejado que se instalen en el poder, sin ningún tipo de trabas y hasta sostenidos económicamente, los carentes de talla moral, intelectual y política, que han adoptado la consigna de la antigua Roma del “divide y vencerás”.

Esos que se empeñan en mantener encendida una guerra casera y soterrada, que nos enfrenta y divide a base de  herir susceptibilidades y enarbolar absurdos separatismos en una permanente provocación. Al ver a otros países europeos con los que deberíamos compararnos, me doy cuenta de que no es esta España la “Dulcinea” que amábamos tantos “quijotes”. La veo más bien como una “Ínsula Barataria”.