A veces amar a Dios, es odiar al prójimo

  
Félix Arbolí [colaboraciones].-

No soy muy religioso, aunque si creyente. No es que me haya desligado de las creencias heredadas felizmente de mis padres, -que ellos sí lo fueron en alma, vida y sentimientos-,  sino que soy algo reacio con algunas normas que nos impone la Iglesia. Llevo la religión, muy personalizada y con total intimidad.

Dios y yo somos los únicos interlocutores en los  rezos diarios, que en realidad son soliloquios que se me escapan en busca de ese Ser que nos ha creado, sin que me conste de manera fehaciente que me escucha y me los tendrá en cuenta cuando, como en la promesa al “buen ladrón”, me encuentre más allá de lo conocido. No sé si me aterra más la idea de la Nada, de que todo acaba con la muerte, o la idea de una eternidad. 

La religión, sea cual sea, ha de ser un sentimiento sincero e íntimo y con una buena dosis de piadosa fantasía al creer como real y verdadero  lo que humanamente nos parece un desconcertante  misterio. Me estoy refiriendo a todas las creencias que en el mundo han sido.

Desde los chamanes de las primitivas tribus hasta la actualidad de Francisco, el nuevo Papa, que ha llegado en el momento más oportuno para dar testimonio de lo que debe ser una vida grata y meritoria a los ojos de Dios, llámenle como le llamen, en el que todos creemos, hasta los que lo niegan y reniegan de Él, porque nadie niega o reniega de algo que no existe.

No quiero ofender a nadie, pero me parecen indignantes y horribles los crímenes que se cometen invocando el nombre de Dios y obligar bajo graves amenazas y ejecuciones  que tengamos que aceptar creencias religiosas ajenas. Si esa fuera la voluntad de Dios, yo les puedo asegurar que sería el agnóstico más convencido del mundo. Pienso que son tan penosas y aborrecibles las barbaridades de nuestra Inquisición Católica, que aún nos sigue pesando y penando, como las que se cometen en nombre de un Alá, que no es el que nos presenta El Corán.  

ILUMINADOS Y FANÁTICOS

El amor, la dignidad, la generosidad, el hermanamiento de las personas, sean cuales sean su raza, procedencia y condición social, deben ser las únicas normas que han de inspirar nuestra fe en ese Más Allá que a todos nos espera y trata por igual. Y estas reglas han de cumplirse fielmente en todo tipo de creencias.

Si no las siguen, que no esperen que pueda haber un Dios que les premie, porque el odio, la guerra, - que los exaltados llaman “santa”- y esos atentados suicidas causando la muerte de tantos inocentes, no pueden esperar recompensa alguna ni en este mundo, ni en el que nos espera más allá de la vida.

Tampoco esas muertes masivas causadas por las bombas y cohetes de los que amparados en falsas premisas de poner orden, ocasionan el más terrible caos al involucrarse en líos y  asuntos que no les conciernen y solo persiguen que en esa bárbara devastación encuentren compensaciones, aunque sean a costa de la pérdida de miles de vidas humanas.  

Lo más deplorable es que algunos islamistas llamen santos e iluminados  a los que lanzan a sus fanatizados discípulos a masacrar y ejecutar alevosamente a todos los que se cruzan en su trágico camino de odios e intransigencias religiosas.

Y mientras torturan y matan en nombre de un Dios que debe inspirar amor y generosidad, los promotores de esa barbarie, permanecen cómodamente instalados en sus residencias, sin otra ocupación que recitar tres veces las treinta y tres plegarias del “Musbaha” o rosario musulmán, en homenaje a los noventa y nueve nombres o atributos de la divinidad, que me figuro no se sentirá nada grata con ese cruento proceder.

YIHADISTAS

Es realmente preocupante la historia que circula sobre ese nuevo Califato  al que de manera ostentosa e insultante llaman “Al Andalus”, que aspira dominar a sangre y fuego todos los territorios que ellos creen pertenecerle, entre los que citan España y gran parte de Europa.

Reclaman como suyo unas tierras hispanas y cristianas, que invadieron y conquistaron  ayudados por la traición, y que nos costó cerca de ocho siglos de luchas reconquistar.  Somos nosotros los ultrajados y ellos los intrusos que de manera ilegal y violenta se adueñaron de nuestras tierras.

Lo más sorprendente y peligroso es que entre los más exaltados “yihadistas” han descubierto cincuenta y dos marroquíes, que dicen son “españoles” y han residido entre nosotros con sus familias, lo que aumenta su número considerablemente. 

¿Cuántos serán en realidad los involucrados y cuántos también los que se camuflarán entre los cientos y miles que atraviesan nuestras fronteras saltando las vallas de Melilla o a través de las pateras que cruzan el Estrecho?

Hay un refrán español que dice: “Cría cuervos y te sacarán los ojos” y otro que nos advierte que “a veces pagan justos por pecadores”.