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Tribus urbanas, invasión de espacios públicos, molestias a los vecinos y pasotismo municipal

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Las ciudades se comportan como seres vivos por cuyas arterias, flanqueadas por edificios de diferentes dimensiones, circulan vehículos y personas. Sin embargo, si existen espacios verdaderamente aptos para la socialización de los individuos que las habitan, éstos son las plazas públicas, arboladas o no, provistas a veces de fuentes, estatuas, bancos donde descansar y restaurantes y bares en los que consumir alguna comida o bebida, mientras se disfruta del paso de la gente que circula en todas direcciones.

Sin embargo, por desgracia, algunas de esas plazas públicas son invadidas por grupos de individuos que, con su griterío, su música a todo volumen, sus basuras o sus riñas callejeras, acaban expulsando al resto de la ciudadanía de esos espacios públicos, molestan permanentemente al vecindario, dejando tras de sí invariablemente al marcharse un rastro de basura y suciedad día tras día.

La convivencia en las grandes ciudades resulta indudablemente más complicada de manejar que en los pueblos, en los cuales todo el vecindario se conoce, se trata, y se respeta con mayor intensidad. Por ello, la intervención de las autoridades a la hora de disuadir a quienes molestan a diario en las ciudades debe ser respetuosa pero contundente. Nunca se debe consentir que una minoría se apropie indebidamente de un espacio público que es de todos,  sometiendo a todo un vecindario a sus excesos.

Si los vecinos de un determinado lugar dan fe de que estos desagradables fenómenos se producen, es obvio que la autoridad competente los conoce igualmente. Y si esa autoridad no actúa cuando recibe incluso denuncias por escrito de estas alteraciones del orden público, las personas que cometen estos desmanes quedarán lamentablemente impunes.

DENUNCIAS QUE NO SIRVEN PARA NADA

Cito un caso concreto en nuestra ciudad. Chiclana de la Frontera es una ciudad de pleno derecho por su población, aun cuando su tamaño reducido en comparación con otras grandes urbes hace cierto aquello de que “todos nos conocemos”. La juventud de esta ciudad dispone de espacios públicos en los que reunirse, bailar, poner música o discutir sin molestar a nadie. Y es necesario que así sea, pues sus usos y costumbres son ciertamente diferentes a los del resto de la ciudadanía de una cierta edad.

Pues bien, desde hace un tiempo, la Plaza de los Juzgados se ha convertido en el reducto de no más de treinta chicos y chicas que se dedican a beber, a orinar en las escaleras del garaje sito en su subsuelo, a reñir entre ellos, a gritar, a dar balonazos contra las paredes, a poner a todo volumen una música de su gusto que, sin embargo, no gusta a los vecinos que la soportamos a diario y que, por la sonoridad propia de la misma plaza, se multiplica hasta niveles insoportables. Algunos hemos contactado con la policía municipal telefónicamente, hemos puesto denuncias por escrito y aunque los agentes se han personado esporádicamente, este grupo siguen allí.

¿Hay algo más que se puede hacer? Naturalmente que sí. Y la solución debe proceder de las autoridades municipales, que son las que disponen de los resortes legales para redirigir a estos grupos de chavales a otros espacios chiclaneros de los que disponen y en los que pueden continuar con sus prácticas sin molestar a nadie, bien advirtiéndoles previamente, bien sancionándolos con multas por provocar desórdenes públicos, porque lo que no se puede consentir de ninguna manera es que nadie actúe en consecuencia ante estos hechos.

SOLUCIÓN INMEDIATA PARA EVITAR PROBLEMAS

Tengo la completa seguridad de que, si estas continuas molestias se produjesen junto alguno de los domicilios de esas autoridades a las que me dirijo, probablemente se encontraría una rápida y efectiva solución.

Al igual que se repara un socavón, se sustituye una bombilla fundida o se repara una señal de tráfico arrancada de cuajo por un acto de vandalismo, hay que dar inmediata solución al problema de la Plaza de los Juzgados, a fin de evitar que tengan que ser los ciudadanos los que se enfrenten unos con otros porque las autoridades miran para otro lado. 

El ruido provoca en la actualidad más muertes que muchas enfermedades y acaba crispando el sistema nervioso de las personas. Sería deseable que esta denuncia pública encontrase eco en las autoridades que pueden y deben buscar soluciones. Y más con unas elecciones municipales a la vuelta de la esquina. Lo que es mi voto, lo he puesto en cuarentena.

 

           

 

2 comentarios:

  1. Entiendo la angustia de los vecinos.
    Controlar los ruidos es una asignatura pendiente de todos los ayuntamientos. Tampoco se pueden escuchar medio año los tambores de semana santa, no es de recibo.

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  2. Y no se olviden: ahora que estamos tan preocupados por el cambio climático y la contaminación, el ruido también es contaminación acústica. Y de las más perjudiciales.

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