El uniforme
JesĂşs M. AragĂłn [colaborador]
Monique enviudĂł hace dos años. Su marido falleciĂł mientras conducĂa su flamante motocicleta, comprada con los ahorros de toda una vida como arquitecto de prestigio.
Ella heredĂł el garbo de su madre, el espĂritu aventurero de su padre, piloto en el bando equivocado en la II Guerra Mundial, y el dinero de su marido. Pero no le hacĂa falta.
Prestigiosa diseñadora de joyas en BerlĂn, Monique tenĂa sangre francesa, alemana, y un poco roja.
Nada más enterrar al hombre del que se habĂa enamorado perdidamente años atrás, la mujer de mediana edad a la que toda la vida le habĂan gustado los espacios libres, tomĂł una determinaciĂłn. Se irĂa a viajar por el mundo, comprarĂa una caravana, una tabla de surf y un par de trajes de neopreno.
Sagres, Suances, la Costa Azul, Bali, AndalucĂa. Sin destino fijo y rumbo cambiante en funciĂłn de los vientos, Monique se despidiĂł de su madre en la residencia de las afueras de Dusseldorf en la que residĂa desde hacĂa cinco años.
-Mamá. Voy a volar,- le dijo. Su madre entreabrió los ojos y sonrió. A las pocas horas el vendedor de una tienda de autocaravanas le entregaba las llaves a la alemana. Gasolina suficiente para 1.300 kilómetros, un viejo mapa, y muchas ganas de mar eran todo su equipaje.
Monique sale del agua. Baja lentamente la cremallera de su nuevo uniforme de neopreno y siente que ha cumplido el sueño de su vida. Mira a su alrededor, busca con las yemas de sus dedos el tacto de la brisa de poniente de la Loma. ConocĂa Chiclana y su litoral por su marido, que diseñó para los dueños de una cadena de electrodomĂ©sticos alemana una vivienda de vacaciones a pocos metros del mar hace unos años. Se prometiĂł volver y lo ha cumplido.
Monique ha descubierto la paz consigo misma y con los demás.
Monique surfea. Monique ha aprendido a volar.
Monique enviudĂł hace dos años. Su marido falleciĂł mientras conducĂa su flamante motocicleta, comprada con los ahorros de toda una vida como arquitecto de prestigio.
Ella heredĂł el garbo de su madre, el espĂritu aventurero de su padre, piloto en el bando equivocado en la II Guerra Mundial, y el dinero de su marido. Pero no le hacĂa falta.
Prestigiosa diseñadora de joyas en BerlĂn, Monique tenĂa sangre francesa, alemana, y un poco roja.
Nada más enterrar al hombre del que se habĂa enamorado perdidamente años atrás, la mujer de mediana edad a la que toda la vida le habĂan gustado los espacios libres, tomĂł una determinaciĂłn. Se irĂa a viajar por el mundo, comprarĂa una caravana, una tabla de surf y un par de trajes de neopreno.
Sagres, Suances, la Costa Azul, Bali, AndalucĂa. Sin destino fijo y rumbo cambiante en funciĂłn de los vientos, Monique se despidiĂł de su madre en la residencia de las afueras de Dusseldorf en la que residĂa desde hacĂa cinco años.
-Mamá. Voy a volar,- le dijo. Su madre entreabrió los ojos y sonrió. A las pocas horas el vendedor de una tienda de autocaravanas le entregaba las llaves a la alemana. Gasolina suficiente para 1.300 kilómetros, un viejo mapa, y muchas ganas de mar eran todo su equipaje.
Monique sale del agua. Baja lentamente la cremallera de su nuevo uniforme de neopreno y siente que ha cumplido el sueño de su vida. Mira a su alrededor, busca con las yemas de sus dedos el tacto de la brisa de poniente de la Loma. ConocĂa Chiclana y su litoral por su marido, que diseñó para los dueños de una cadena de electrodomĂ©sticos alemana una vivienda de vacaciones a pocos metros del mar hace unos años. Se prometiĂł volver y lo ha cumplido.
Monique ha descubierto la paz consigo misma y con los demás.
Monique surfea. Monique ha aprendido a volar.
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