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LA DIVERSIÓN Y LA BASURA (Morning glory)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

Hace más de treinta años, Sidney Lumet se atrevió a realizar una denuncia del formato de la nueva televisión en Network denunciando dramáticamente la aparición de una audiencia caníbal que tan sólo se preocupaba de obtener la oportunidad de meter las narices de lleno en el sensacionalismo, jugando de forma peligrosa con las audiencias y avisando de que la televisión, lejos de ser un medio cultural, era un arma que, poco a poco, se iba introduciendo en nuestros desprevenidos hogares.



El tiempo pasa y lo que antes era denuncia, hoy se ha convertido en rutina. Se acepta sin ningún problema cualquier programa basura, varas de domar manadas de ovejas a las que les trae sin cuidado saber noticias que les pillan demasiado lejos. No vale nada que no sea pura intromisión, sensacionalismo descarado o inmediatez ocurrida en un relativo alrededor y, a ser posible, con escándalo de por medio. Eso sube la audiencia. El supuesto periodismo serio tan sólo interesa a unos pocos, demasiado pocos según lo que se ha venido en llamar cuota de pantalla.

Y así, con un fondo de crítica feroz amarrada a unas cuantas cargas de profundidad, Roger Michell, al que conocimos en aquella comedia protagonizada por Julia Roberts y Hugh Grant titulada Notting Hill, articula una comedia de momentos risueños que no duda en atacar la televisión que se hace pero, también, la televisión que se ve.

Bromas aparte, que las hay y muchas, no habría basura en las pantallas de nuestros hogares si no hubiera demanda para ello. El rigor en la noticia está contaminado por la tortilla que nos hace el famoso de turno. La exclusiva del día palidece ante la rareza de un reportaje sobre veletas y su complicado funcionamiento. Así, como quien no quiere la cosa, los pastores se convierten en borregos y, lo que es peor, lo hacen con gusto.

La película, por otra parte, contiene instantes de carcajada porque ve todo a una cierta distancia y eso produce la risa despreciativa de un espectador que considera ridículas las tretas para mantener un programa que todos quieren salvar. Para ello, toda la trama gira en torno al personaje que interpreta Rachel McAdams, una chica que parece estar haciendo varios capítulos de una sit com que es una verdadera antología que expresiones exageradas, fuera de sitio y con muchas ganas de hacer reír y pocos resultados. Y el que hace reír, claro, es Harrison Ford con sus caras, con sus respuestas, con su incredulidad ante la esperpéntica realidad de rebajarse desde los primeros escalones de la información hasta los últimos peldaños de la superficialidad. Diane Keaton, por su parte, sale adelante con su papel aunque es mucho menos agradecido y, entre medias, el inevitable duelo de egos, la negativa recalcitrante a ser parte activa en un espacio que da vergüenza y un buen puñado de situaciones divertidas que enmascaran la triste realidad de que consumimos basura, de que pedimos más y de que todos, hasta los que la hacen, tragan con ella.

Se pasa un buen rato viéndola, se cae en la trampa de reírse con el telón de fondo de que la gente, pero no nosotros, está encantada con lo que ve y con la estupenda rejilla que nos ofrecen los canales de televisión. Incluso hay un personaje al que se utiliza sola y exclusivamente para sentir terror y eso, naturalmente, gana espectadores para la causa. Mientras tanto, nos da igual que unos quiten a toro pasado, que otros ganen antes de la embestida, que un señor se preocupe, desde su sillón de mando, por hacer algo bien y de forma altruista. Preferimos que nos cuenten el último crimen del vecino del quinto, la receta para hacer unos huevos revueltos a la italiana, la fuerza muscular y grasienta de un luchador de sumo o la última agresión a una profesora que no pudo más. Mañanas de gloria, diversión y basura.

César Bardés

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