Metáfora sobre la situación de uno en relación a los demás
José Antonio Sanduvete [colaborador]
El tipo se encerró en una estancia cúbica, una especie de habitación con dos pequeñas ventanitas a través de las cuales miraba al exterior. Se convenció a sí mismo de que no necesitaba salir, de que no quería salir, de modo que allí transcurría su vida.
Supo que había tomado la decisión correcta cuando los demás comenzaron a crecer, a aumentar de tamaño hasta hacerse gigantescos, inconmensurables, no sólo los demás sino todo el mundo, ahí fuera, al otro lado de las ventanas.
Y el tipo resoplaba, sintiéndose seguro y dando gracias por haber decidido permanecer en esa estancia, la que no cambiaba, la única que resistía incólume ante la epidemia de gigantismo del mundo.
Para los demás, sin embargo, la historia fue otra, una historia que comenzó con un pobre diablo encerrado en un cuartucho del que se negaba a salir. Se le llamaba, y no salía, se le intentaba convencer, y el tipo seguía en sus trece.
Un día comenzó a menguar la estancia, y también él, en su interior. Los demás se preocupaban, pero el tipo sólo parecía asustado cuando ellos se acercaban.
Su tamaño disminuyó hasta parecer una nevera, una cajita de música, un mosquito atrapado en ámbar. Cuando fue tan pequeño que los demás dejaron de verle, se olvidaron de él.
Porque el tiempo lo borra todo.
Entonces el tipo, encerrado en su átomo y disminuyendo progresivamente, se sintió tranquilo, definitivamente seguro.
Y solo.
El tipo se encerró en una estancia cúbica, una especie de habitación con dos pequeñas ventanitas a través de las cuales miraba al exterior. Se convenció a sí mismo de que no necesitaba salir, de que no quería salir, de modo que allí transcurría su vida.
Supo que había tomado la decisión correcta cuando los demás comenzaron a crecer, a aumentar de tamaño hasta hacerse gigantescos, inconmensurables, no sólo los demás sino todo el mundo, ahí fuera, al otro lado de las ventanas.
Y el tipo resoplaba, sintiéndose seguro y dando gracias por haber decidido permanecer en esa estancia, la que no cambiaba, la única que resistía incólume ante la epidemia de gigantismo del mundo.
Para los demás, sin embargo, la historia fue otra, una historia que comenzó con un pobre diablo encerrado en un cuartucho del que se negaba a salir. Se le llamaba, y no salía, se le intentaba convencer, y el tipo seguía en sus trece.
Un día comenzó a menguar la estancia, y también él, en su interior. Los demás se preocupaban, pero el tipo sólo parecía asustado cuando ellos se acercaban.
Su tamaño disminuyó hasta parecer una nevera, una cajita de música, un mosquito atrapado en ámbar. Cuando fue tan pequeño que los demás dejaron de verle, se olvidaron de él.
Porque el tiempo lo borra todo.
Entonces el tipo, encerrado en su átomo y disminuyendo progresivamente, se sintió tranquilo, definitivamente seguro.
Y solo.
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