El hombre invisible

Francisco M. Navas

No siempre se puede estar opinando sobre asuntos de régimen local, porque caemos en ese feo vicio que se llama localismo. De vez en cuando hay que levantar la vista y otear el horizonte, para ver venir con tiempo lo que se nos viene encima. Lo que pasa es que no por mucho levantar la vista se ven las cosas más claras, y la verdad es que el panorama, en general, se nos muestra bastante preocupante y confuso.


Hace unos días, sin ir más lejos, fue uno de esos días que te dejan boquiabierto, a pesar de que, no por nuestra sabiduría, sino por nuestra edad, ya nos sorprendemos de pocas cosas. Para empezar, los banqueros se reúnen y deciden prestar el dinero de nuestros ahorros a otras personas, lo que vulgarmente se conoce como “abrir el grifo”: nuestro grifo, claro. Y las bolsas, los mercados, los mercaderes, ¿se acuerdan?, se vuelven locos y se disparan los beneficios.

¿Quién lo entiende? Pues nadie, porque a pesar de que un anuncio de este tipo haga subir las bolsas, aun cuando según cualquier tratado elemental de economía capitalista esto sea lógico, vaya usted a contárselo a los miles y miles de personas, de familias, que han perdido su puesto de trabajo o su empresa porque los banqueros, el mercado, los mercaderes, habían decidido hace más de dos años “cerrar el grifo”.

Mas la cosa no quedó ahí: nuestros otrora furibundos sindicalistas con el gobierno socialista, que saludaban a cara de perro a los periodistas cuando salían de sus contactos con el ministerio de turno, salieron ayer encantados de su primera reunión con el futuro presidente de gobierno, D. Mariano, para entendernos.

Y claro, a la clase trabajadora, que para que suene menos pomposo llamaremos clase “currante”, se le empieza a poner la carne de gallina, no de emoción, no, sino de pánico, cuando empiezan a comprender que no serán estos dos los que hagan nada para parar las reformas que se les vienen encima, los tijeretazos, vamos.

Y ya puestos en situación, no puedo despedirme sin dirigirle algunas palabras a D. Mariano, hombre serio donde los haya, locuaz en público hasta la saciedad antes del veinte de noviembre y mudo y desaparecido desde entonces. Todavía recuerdo la patética imagen de D. Mariano, tras las elecciones, “trabajando “ en la calle Génova, bolígrafo Bic en ristre, azul, por supuesto, mientras un sufrido periodista se arrastraba como podía por debajo de la mesa para obtener unas instantáneas.

Y recuerdo las veces que, atentando contra todas las normas elementales de la ética personal, y amparándose en la libertad de expresión que le proporciona la democracia que su partido no votó en 1978, llamó vago, maleante, cómplice de E.T.A., inútil y tuercebotas o similares al presidente del gobierno de España, a quien no se nos ocurre llamar D. José Luis, sino Zapatero a secas.

Evidentemente se le olvidó que, al atacar de manera tan vergonzosa a una persona democráticamente elegida, como él, para gobernar durante cuatro años los destinos de esa España ante la que saca tanto pecho, estaba, en realidad, socavando la figura de la Presidencia de Gobierno, que representa a todos los españoles, y que a él ahora le toca ocupar por méritos ajenos.

En cualquier caso, no le deseo lo mismo que él hizo con otros cuando comience su mandato. Pero sí que me gustaría verle tragar saliva cuando el paro siga subiendo, o cuando la gente se tire a la calle porque se deterioran los servicios públicos. Y si a Zapatero se le bautizó en su día como “el hombre tranquilo”, permítanme la osadía de bautizar a D. Mariano, hasta la fecha, como “el hombre invisible”.