En cualquiera de las franjas transversales
José Antonio Sanduvete [colaborador]
Lo cierto es que jamás habĂa tenido ni idea de cĂłmo se creaban los agujeros negros. No sabĂa si surgĂan de repente, o si pasaban años en formaciĂłn latente, o si habĂan estado ahĂ siempre, desde el principio de los tiempos. En realidad tampoco le habĂa interesado nunca demasiado.
Ahora lo lamentaba, cĂłmo lamentaba no saber cĂłmo tratarlos, ahora que se habĂa encontrado con uno frente a Ă©l, frente a su coche, justo en el centro del paso de cebra.
¿QuĂ© hace uno cuando un agujero negro le interrumpe el camino de vuelta a casa? Tocar el claxon, en primer lugar; intentar dar marcha atrás, en segundo. Ninguna de estas acciones, no obstante, da resultado, especialmente cuando el claxon se apaga entre el estruendo de las decenas de ellos que hacen sonar los conductores alterados que comienzan a formar un atasco enorme y que, por supuesto, impiden la retirada.
La gravedad de la situaciĂłn se hizo patente cuando el agujero negro absorbiĂł la luz del semáforo. Ya habĂa absorbido con anterioridad a un puñado de peatones, pero la ausencia de luz hacĂa difĂcil el deseado cambio al color verde, y eso sĂ que requerĂa acciones inmediatas. Estaba ya a punto de desesperar cuando se dio cuenta de que en un semáforo apagado y sin peatones el conductor tenĂa vĂa libre. QuĂ© despiste.
DecidiĂł con convicciĂłn pisar el acelerador para pasar por encima del agujero, pero este habĂa absorbido ya la dimensiĂłn tiempo, de modo que el avance era imposible. AmagĂł con golpear el volante en un ataque de rabia. Se consolĂł, no obstante, pensando que pronto el atasco se extenderĂa a toda la ciudad, a toda la regiĂłn, al paĂs y, posiblemente, al mundo entero a medida que el agujero fuera absorbiendo todo lo que se encontrara en sus alrededores.
QuĂ© mala suerte, hoy que habĂa partido en la tele. ¿QuĂ© hay al otro lado de un agujero negro? Lo que estaba claro es que esperaba que no hubiera atascos en las horas punta y que las autopistas no fueran de pago...
Lo cierto es que jamás habĂa tenido ni idea de cĂłmo se creaban los agujeros negros. No sabĂa si surgĂan de repente, o si pasaban años en formaciĂłn latente, o si habĂan estado ahĂ siempre, desde el principio de los tiempos. En realidad tampoco le habĂa interesado nunca demasiado.
Ahora lo lamentaba, cĂłmo lamentaba no saber cĂłmo tratarlos, ahora que se habĂa encontrado con uno frente a Ă©l, frente a su coche, justo en el centro del paso de cebra.
¿QuĂ© hace uno cuando un agujero negro le interrumpe el camino de vuelta a casa? Tocar el claxon, en primer lugar; intentar dar marcha atrás, en segundo. Ninguna de estas acciones, no obstante, da resultado, especialmente cuando el claxon se apaga entre el estruendo de las decenas de ellos que hacen sonar los conductores alterados que comienzan a formar un atasco enorme y que, por supuesto, impiden la retirada.
La gravedad de la situaciĂłn se hizo patente cuando el agujero negro absorbiĂł la luz del semáforo. Ya habĂa absorbido con anterioridad a un puñado de peatones, pero la ausencia de luz hacĂa difĂcil el deseado cambio al color verde, y eso sĂ que requerĂa acciones inmediatas. Estaba ya a punto de desesperar cuando se dio cuenta de que en un semáforo apagado y sin peatones el conductor tenĂa vĂa libre. QuĂ© despiste.
DecidiĂł con convicciĂłn pisar el acelerador para pasar por encima del agujero, pero este habĂa absorbido ya la dimensiĂłn tiempo, de modo que el avance era imposible. AmagĂł con golpear el volante en un ataque de rabia. Se consolĂł, no obstante, pensando que pronto el atasco se extenderĂa a toda la ciudad, a toda la regiĂłn, al paĂs y, posiblemente, al mundo entero a medida que el agujero fuera absorbiendo todo lo que se encontrara en sus alrededores.
QuĂ© mala suerte, hoy que habĂa partido en la tele. ¿QuĂ© hay al otro lado de un agujero negro? Lo que estaba claro es que esperaba que no hubiera atascos en las horas punta y que las autopistas no fueran de pago...
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