Hoy la vida no son ríos, sino auténticas cataratas
Félix Arbolí [colaborador].-
Con ocasión de las pasadas fiestas y en esta revista, publiqué un artículo sobre la Navidad y su influencia en mi vida y en la de todos aquellos que se consideran cristianos. Tras su publicación, tuve varios comentarios ofensivos para la religión y hasta para esa entrañable fiesta, aunque no estuviera en mi ánimo, ni en el tema elegido, intención de provocar o polemizar. Todo lo contrario.
De todas formas, en estos años de lucha contra reloj en mi existencia, donde cada día es un triunfo y cada año casi un milagro, mi empeño en escribir no es por afán de reconocimiento o prestigio, ya que a mi edad esas vanidades han quedado rezagadas en mis prioridades, sino para expresar con la máxima libertad posible y poniendo en el asunto toda mi sinceridad, sin ánimos de ofender a nadie, ni compromisos o necias ataduras, lo que en ese instante siento, pienso y se me apetece contar.
Es una especie de confesionario cara al público donde dadas las circunstancias de que yo no vea a los que me leen, tenga la fuerza y valentía suficientes para exponer cuestiones e intimidades que en un cara a cara ante ellos posiblemente no me atrevería. La realidad es que el artículo sobre la Navidad, donde puse toda mi ilusión y mis mejores deseos, tuvo aceradas críticas, no a su estilo literario o posibles errores conceptuales, que aceptaría resignado, sino al espíritu y significado de la propia Navidad.
Jamás pude pensar que el odio a la religión estuviera tan presente y diligente en nuestra actual España, aunque soy consciente de que no todos han de ser cristianos por la gracia de Dios, como repetíamos con el Catecismo en nuestros colegios infantiles. Y ello más que dolerme como autor, lo hizo como cristiano.
Yo comprendo y asimilo que no todos se sientan identificados con una creencia religiosa determinada. Y también que existan los que no creen en nada, porque piensan que muerto el perro se acabó la rabia y tras la muerte llega el final absoluto. Mi posición ante las diferentes religiones siempre ha sido respetuosa y comprensiva y jamás he llegado al escarnio, la confrontación y menos al rencor hacia sus creyentes.
INDIGNACIÓN POR ENSALZAR LA NAVIDAD
No concibo que un artículo sobre la Navidad, bajo el prisma de la ternura, sensibilidad y buenas vibraciones que nos produce esta fiesta a una mayoría, sea motivo y excusa para que una serie de señores, que se confiesan ateos, -actitud que respeto-, se enfurezcan y salten a la palestra mostrando su indignación por ensalzar esta festividad.
Veo tan absurdo odiar el espíritu de la Navidad como intentar que todos la sientan con idéntico fervor e intensidad. Estimo comprensible y asimilable que los que no sean cristianos no la consideren algo especial, pero ello no debe ser óbice y justificable para que la ofendan y traten con desprecio.
Ser cristiano no supone tener patente de inmunidad para pasar la vida creyéndose especial o una especie de “elegido”, como se autodefinen en el pueblo judío. El Cristianismo, no por causa de su dogma o doctrina, sino por la corrupción y hasta crueldad de algunos de sus dirigentes en pretéritas y no tan remotas épocas, ha sido en muchas ocasiones, más de las debidas, un azaroso ejemplo de sometimiento y barbarie sobre sus propios seguidores y en mayor medida de los que no lo eran.
Tenemos los tristes y trágicos episodios de la Inquisición, a la que me resisto a llamarla “santa”, que es una auténtica vergüenza y un oprobio para los que conocemos el mensaje de Cristo y su estancia entre nosotros predicando y ejecutando todo lo contrario a estos fariseos. De esta nefasta degradación no se salva ni el Papado.
La televisión nos está ofreciendo una serie sobre los Borgias, que aparte de sus añadidos y recortes históricos buscando el mayor impacto, nos presenta a una familia, (que para mayor vergüenza es española), que ocupó la Sede de San Pedro a base de sobornos, escándalos, depravaciones y hasta asesinatos.
Y a este señor, llamaban Santidad hasta sus propios y reconocidos hijos. Padre e hijos que sin pudor y en las mismas estancias del Vaticano, rivalizaban en escandalizar a propios y extraños con sus adúlteras aventuras amorales y repulsivas. Pero ésta no es la Iglesia, ni éste es el Papado. Lo tengo muy claro.
RENUNCIA A LO DIVINO Y LO HUMANO
Por mi profesión, que siempre he procurado ejercer con dignidad y auténtica vocación, he conocido todos los ambientes y muy distintos tipos de personas. He bajado a las “cavernas” más profundas y denigrantes, -sin llegar jamás a la droga, aunque tuve numerosos ofrecimientos y ocasiones-, en esos años locos que todos experimentamos alguna vez en nuestras vidas.
También he pisado sin complejos mullidas y lujosas alfombras en residencias muy nobles y de petulantes y nuevos ricos que olían a estraperlo con la misma intensidad que las fulanas nos atosigan con su colonia barata. En eso y otras varias cosas he podido emular al famoso Tenorio, aunque en mi caso no haya sido un simple “convidado de piedra”. Jamás he pisado un sitio donde sabía que no iba a ser bien recibido, ni he seducido a una mujer que estuviera casada. .
Nada me es desconocido en este mundo, aunque muchas de estas experiencias desearía poder borrarlas de mi curriculum vital. Sobre todo en la época de mi llegada a Madrid, procedente de esa Andalucía que nunca he dejado de añorar, con el intenso dolor y la triste amargura de un amor que había quedado roto en mi tierra y no por mi culpa. El gran amor de mi juventud y de mi vida, sólo compensado en mi posterior casamiento con la mujer que desde hace más de medio siglo no sólo comparte mi vida, sino las cosas más maravillosas que uno puede imaginar.
Dejé en Vejer lo que más quise y consideraba un auténtico milagro y su ausencia y ruptura dio un vuelco a mi vida y se convirtió en la causa de mi mayor desolación y renuncia a lo divino y lo humano. He tenido hasta pensamientos suicidas, cuando he tocado fondo y he visto la muerte como una liberación a mis problemas, provocando a Dios con mi insolencia y en mi desesperación.
Y pasada la tormenta, he comprendido que todo en esta vida tiene solución y que el tiempo es el remedio más eficaz para aliviar nuestras angustias y he entrado en la primera iglesia abierta que he encontrado, -una de las veces, eran las seis de la mañana, para agradecer que no cometiera la locura y me ayudara a ver el camino con mejores perspectivas y más serenidad.
Incluso llegando al misticismo en el más puro estilo cartujano. No sé si esto es corriente y normal y les ocurre a todos en el transcurrir de sus vidas. Hoy, contemplándolo desde la lejanía de los años y las circunstancias, me causa auténtico pavor pensar que he sido protagonista de tan absurdas y degradantes aventuras a todos los niveles.
Con ocasión de las pasadas fiestas y en esta revista, publiqué un artículo sobre la Navidad y su influencia en mi vida y en la de todos aquellos que se consideran cristianos. Tras su publicación, tuve varios comentarios ofensivos para la religión y hasta para esa entrañable fiesta, aunque no estuviera en mi ánimo, ni en el tema elegido, intención de provocar o polemizar. Todo lo contrario.
De todas formas, en estos años de lucha contra reloj en mi existencia, donde cada día es un triunfo y cada año casi un milagro, mi empeño en escribir no es por afán de reconocimiento o prestigio, ya que a mi edad esas vanidades han quedado rezagadas en mis prioridades, sino para expresar con la máxima libertad posible y poniendo en el asunto toda mi sinceridad, sin ánimos de ofender a nadie, ni compromisos o necias ataduras, lo que en ese instante siento, pienso y se me apetece contar.
Es una especie de confesionario cara al público donde dadas las circunstancias de que yo no vea a los que me leen, tenga la fuerza y valentía suficientes para exponer cuestiones e intimidades que en un cara a cara ante ellos posiblemente no me atrevería. La realidad es que el artículo sobre la Navidad, donde puse toda mi ilusión y mis mejores deseos, tuvo aceradas críticas, no a su estilo literario o posibles errores conceptuales, que aceptaría resignado, sino al espíritu y significado de la propia Navidad.
Jamás pude pensar que el odio a la religión estuviera tan presente y diligente en nuestra actual España, aunque soy consciente de que no todos han de ser cristianos por la gracia de Dios, como repetíamos con el Catecismo en nuestros colegios infantiles. Y ello más que dolerme como autor, lo hizo como cristiano.
Yo comprendo y asimilo que no todos se sientan identificados con una creencia religiosa determinada. Y también que existan los que no creen en nada, porque piensan que muerto el perro se acabó la rabia y tras la muerte llega el final absoluto. Mi posición ante las diferentes religiones siempre ha sido respetuosa y comprensiva y jamás he llegado al escarnio, la confrontación y menos al rencor hacia sus creyentes.
INDIGNACIÓN POR ENSALZAR LA NAVIDAD
No concibo que un artículo sobre la Navidad, bajo el prisma de la ternura, sensibilidad y buenas vibraciones que nos produce esta fiesta a una mayoría, sea motivo y excusa para que una serie de señores, que se confiesan ateos, -actitud que respeto-, se enfurezcan y salten a la palestra mostrando su indignación por ensalzar esta festividad.
Veo tan absurdo odiar el espíritu de la Navidad como intentar que todos la sientan con idéntico fervor e intensidad. Estimo comprensible y asimilable que los que no sean cristianos no la consideren algo especial, pero ello no debe ser óbice y justificable para que la ofendan y traten con desprecio.
Ser cristiano no supone tener patente de inmunidad para pasar la vida creyéndose especial o una especie de “elegido”, como se autodefinen en el pueblo judío. El Cristianismo, no por causa de su dogma o doctrina, sino por la corrupción y hasta crueldad de algunos de sus dirigentes en pretéritas y no tan remotas épocas, ha sido en muchas ocasiones, más de las debidas, un azaroso ejemplo de sometimiento y barbarie sobre sus propios seguidores y en mayor medida de los que no lo eran.
Tenemos los tristes y trágicos episodios de la Inquisición, a la que me resisto a llamarla “santa”, que es una auténtica vergüenza y un oprobio para los que conocemos el mensaje de Cristo y su estancia entre nosotros predicando y ejecutando todo lo contrario a estos fariseos. De esta nefasta degradación no se salva ni el Papado.
La televisión nos está ofreciendo una serie sobre los Borgias, que aparte de sus añadidos y recortes históricos buscando el mayor impacto, nos presenta a una familia, (que para mayor vergüenza es española), que ocupó la Sede de San Pedro a base de sobornos, escándalos, depravaciones y hasta asesinatos.
Y a este señor, llamaban Santidad hasta sus propios y reconocidos hijos. Padre e hijos que sin pudor y en las mismas estancias del Vaticano, rivalizaban en escandalizar a propios y extraños con sus adúlteras aventuras amorales y repulsivas. Pero ésta no es la Iglesia, ni éste es el Papado. Lo tengo muy claro.
RENUNCIA A LO DIVINO Y LO HUMANO
Por mi profesión, que siempre he procurado ejercer con dignidad y auténtica vocación, he conocido todos los ambientes y muy distintos tipos de personas. He bajado a las “cavernas” más profundas y denigrantes, -sin llegar jamás a la droga, aunque tuve numerosos ofrecimientos y ocasiones-, en esos años locos que todos experimentamos alguna vez en nuestras vidas.
También he pisado sin complejos mullidas y lujosas alfombras en residencias muy nobles y de petulantes y nuevos ricos que olían a estraperlo con la misma intensidad que las fulanas nos atosigan con su colonia barata. En eso y otras varias cosas he podido emular al famoso Tenorio, aunque en mi caso no haya sido un simple “convidado de piedra”. Jamás he pisado un sitio donde sabía que no iba a ser bien recibido, ni he seducido a una mujer que estuviera casada. .
Nada me es desconocido en este mundo, aunque muchas de estas experiencias desearía poder borrarlas de mi curriculum vital. Sobre todo en la época de mi llegada a Madrid, procedente de esa Andalucía que nunca he dejado de añorar, con el intenso dolor y la triste amargura de un amor que había quedado roto en mi tierra y no por mi culpa. El gran amor de mi juventud y de mi vida, sólo compensado en mi posterior casamiento con la mujer que desde hace más de medio siglo no sólo comparte mi vida, sino las cosas más maravillosas que uno puede imaginar.
Dejé en Vejer lo que más quise y consideraba un auténtico milagro y su ausencia y ruptura dio un vuelco a mi vida y se convirtió en la causa de mi mayor desolación y renuncia a lo divino y lo humano. He tenido hasta pensamientos suicidas, cuando he tocado fondo y he visto la muerte como una liberación a mis problemas, provocando a Dios con mi insolencia y en mi desesperación.
Y pasada la tormenta, he comprendido que todo en esta vida tiene solución y que el tiempo es el remedio más eficaz para aliviar nuestras angustias y he entrado en la primera iglesia abierta que he encontrado, -una de las veces, eran las seis de la mañana, para agradecer que no cometiera la locura y me ayudara a ver el camino con mejores perspectivas y más serenidad.
Incluso llegando al misticismo en el más puro estilo cartujano. No sé si esto es corriente y normal y les ocurre a todos en el transcurrir de sus vidas. Hoy, contemplándolo desde la lejanía de los años y las circunstancias, me causa auténtico pavor pensar que he sido protagonista de tan absurdas y degradantes aventuras a todos los niveles.
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