Al salir del cine: AUDACIA ES EL JUEGO (Moneyball: Rompiendo las reglas)
César Bardés [colaborador].-
En determinados momentos de la vida uno tiene la sensaciĂłn de que es hora de romper con lo que se conoce y renovar la idea de lo que se sabe. Un callejĂłn sin salida suele ser el reclamo ideal para el talento. Una ocurrencia original es la espuela que pica en los costados y la valentĂa es algo que nunca debe faltar. El triunfo no es el objetivo. La verdadera meta es la diversiĂłn del juego en sĂ mismo. Algo que se sabe cuando en nuestro rostro aĂşn no existen las arrugas de la madurez y luego se olvida, como un jugador en desgracia.
Mirar diferente es un arma para cualquier desafĂo. Llegar un poco más lejos con menos. Hablar con quien se deja la piel. Ignorar lo obsoleto. Estar seguro del lanzamiento porque más vale base en mano que pelota volando. Renovar el pensamiento y conseguir que el deporte siga vivo porque, amigo, cuando se conoce el Ă©xito despuĂ©s de tantas derrotas es muy difĂcil caer en la vanidad que provoca la fama. Si sĂłlo se persigue el olor del dinero, se pierde el encanto de la audacia, del disfrute, del juego como tal.
Es muy difĂcil que un actor llegue a la seguridad que aquĂ demuestra Brad Pitt. Ha dejado atrás excesos afectados, poses juveniles que le proporcionaban un auge efĂmero ayudado por un fĂsico privilegiado, papeles que denotaban un permanente aire de rebeldĂa irritante. Ahora tenemos a un actor que se encaja en sĂ mismo, que no hace lo que no sabe y que convence con una mesura tan atractiva que es casi imposible resistirse a su encanto. A su lado, un Jonah Hill muy creĂble como el activo licenciado de Harvard que transforma el juego en una enorme tabla estadĂstica que es perfectamente aplicable en un juego como el bĂ©isbol. En tercer plano, Philip Seymour Hoffman en un papel que no resulta del todo bien trazado y que recuerda peligrosamente los registros de aquel Wilford Brimley que daba textura a las pelĂculas de Sidney Pollack y que tambiĂ©n ejerciĂł de entrenador en la que es, posiblemente, la mejor bola bateada en el cine bajo el tĂtulo de El mejor, de Barry Levinson. Todos ellos ocupan las bases de una pelĂcula que se resiste a emocionar desde el plano deportivo y se concentra más en las entrañas de un equipo que lucha por codearse con los mejores cuando tiene todas las papeletas para estar en el furgĂłn de cola. Y, sobre todo, por dejar bien a las claras que el goce está en el juego y no en el resultado.
No cabe duda, sin embargo, que habrĂa que preguntarse si es necesario desperdiciar una vez más a Robin Wright en un papel tan minĂşsculo como intrascendente, si el guiĂłn no deja algĂşn que otro cabo suelto y si algĂşn dĂa alguien tendrá la bondad de explicarnos detalladamente las reglas del juego para que sepamos de lo que hablan. La historia, en todo caso, sabe caminar entre la comedia inteligente, con unos diálogos rápidos y brillantes, y el drama deportivo sin pretensiones de emociĂłn. Y ahĂ está su mayor virtud. No trata de conectar con el pĂşblico a toda costa, con trucos baratos ya vistos en muchas entradas y aĂşn más carreras. Se limita a centrarse en la superaciĂłn personal, sin bombo y platillo, con agallas y con la certeza de que la vida, por mucho fracaso que se tenga encima, merece la pena siempre que haya algĂşn incentivo moral de por medio.
No hay discursos de lágrima fácil, ni jugadas que ponen la piel carne de gallina con una orquesta sinfónica de fondo al conseguir un triunfo clave. Hay clavos de realidad, salidas de tono muy afinadas, astucia en el negocio, audacia en la concepción y seriedad en los planteamientos. Nada sencillo de conseguir cuando resulta evidente que estamos dentro de un género que tiende hacia el retrato heroico o la jugada de leyenda. Y asà es como se consigue la mirada distante, capaz de juzgar, presta al combate, lista para la ayuda. Las emociones sólo deben jugar en privado, tal vez oyendo una canción, tal vez sabiendo que, por una vez, se ha acertado.
En determinados momentos de la vida uno tiene la sensaciĂłn de que es hora de romper con lo que se conoce y renovar la idea de lo que se sabe. Un callejĂłn sin salida suele ser el reclamo ideal para el talento. Una ocurrencia original es la espuela que pica en los costados y la valentĂa es algo que nunca debe faltar. El triunfo no es el objetivo. La verdadera meta es la diversiĂłn del juego en sĂ mismo. Algo que se sabe cuando en nuestro rostro aĂşn no existen las arrugas de la madurez y luego se olvida, como un jugador en desgracia.
Mirar diferente es un arma para cualquier desafĂo. Llegar un poco más lejos con menos. Hablar con quien se deja la piel. Ignorar lo obsoleto. Estar seguro del lanzamiento porque más vale base en mano que pelota volando. Renovar el pensamiento y conseguir que el deporte siga vivo porque, amigo, cuando se conoce el Ă©xito despuĂ©s de tantas derrotas es muy difĂcil caer en la vanidad que provoca la fama. Si sĂłlo se persigue el olor del dinero, se pierde el encanto de la audacia, del disfrute, del juego como tal.
Es muy difĂcil que un actor llegue a la seguridad que aquĂ demuestra Brad Pitt. Ha dejado atrás excesos afectados, poses juveniles que le proporcionaban un auge efĂmero ayudado por un fĂsico privilegiado, papeles que denotaban un permanente aire de rebeldĂa irritante. Ahora tenemos a un actor que se encaja en sĂ mismo, que no hace lo que no sabe y que convence con una mesura tan atractiva que es casi imposible resistirse a su encanto. A su lado, un Jonah Hill muy creĂble como el activo licenciado de Harvard que transforma el juego en una enorme tabla estadĂstica que es perfectamente aplicable en un juego como el bĂ©isbol. En tercer plano, Philip Seymour Hoffman en un papel que no resulta del todo bien trazado y que recuerda peligrosamente los registros de aquel Wilford Brimley que daba textura a las pelĂculas de Sidney Pollack y que tambiĂ©n ejerciĂł de entrenador en la que es, posiblemente, la mejor bola bateada en el cine bajo el tĂtulo de El mejor, de Barry Levinson. Todos ellos ocupan las bases de una pelĂcula que se resiste a emocionar desde el plano deportivo y se concentra más en las entrañas de un equipo que lucha por codearse con los mejores cuando tiene todas las papeletas para estar en el furgĂłn de cola. Y, sobre todo, por dejar bien a las claras que el goce está en el juego y no en el resultado.
No cabe duda, sin embargo, que habrĂa que preguntarse si es necesario desperdiciar una vez más a Robin Wright en un papel tan minĂşsculo como intrascendente, si el guiĂłn no deja algĂşn que otro cabo suelto y si algĂşn dĂa alguien tendrá la bondad de explicarnos detalladamente las reglas del juego para que sepamos de lo que hablan. La historia, en todo caso, sabe caminar entre la comedia inteligente, con unos diálogos rápidos y brillantes, y el drama deportivo sin pretensiones de emociĂłn. Y ahĂ está su mayor virtud. No trata de conectar con el pĂşblico a toda costa, con trucos baratos ya vistos en muchas entradas y aĂşn más carreras. Se limita a centrarse en la superaciĂłn personal, sin bombo y platillo, con agallas y con la certeza de que la vida, por mucho fracaso que se tenga encima, merece la pena siempre que haya algĂşn incentivo moral de por medio.
No hay discursos de lágrima fácil, ni jugadas que ponen la piel carne de gallina con una orquesta sinfónica de fondo al conseguir un triunfo clave. Hay clavos de realidad, salidas de tono muy afinadas, astucia en el negocio, audacia en la concepción y seriedad en los planteamientos. Nada sencillo de conseguir cuando resulta evidente que estamos dentro de un género que tiende hacia el retrato heroico o la jugada de leyenda. Y asà es como se consigue la mirada distante, capaz de juzgar, presta al combate, lista para la ayuda. Las emociones sólo deben jugar en privado, tal vez oyendo una canción, tal vez sabiendo que, por una vez, se ha acertado.
El béisbol se nos queda lejos. Cuando la vi pensé en extrapolarla a clubs de futbol, que al fin de cuentas y aprendiendo de otros, seguro siguen en la actualidad las mismas ideas.
ResponderEliminarLa peli… ¡ni fu, ni fa!, al menos para mĂ.
Dudo mucho que en los clubs de fĂştbol se rijan por la estadĂstica. Cierto es que hay enfoques algo diferentes que hacen que otros no comprendan muy bien las reglas que siguen. En todo caso, es muy cierto que el bĂ©isbol se queda lejos. La pelĂcula es hábil pero es ni fu ni fa precisamente porque es un deporte que no llegamos a entender. ¿Lo mejor? Sin dudarlo, Brad Pitt. Gracias por tu comentario, pocas lĂneas pero muy certeras.
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