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El hombre, la más cruel de las criaturas



Félix Arbolí [colaboraciones].-   

Días pasados me llegó un video sobre un “animal de dos patas”, con aspecto de matón pandillero, martirizando a su perrillo con una crueldad insoportable, hasta que tras un violento e inhumano proceder creo que lo mataba. Las escenas debían estar grabadas desde lejos y no se distinguía bien si al final yacía muerto o extenuado el animal, aunque me inclino más por lo primero.

Esta distancia era la causa también de que no se pudiera precisar la cara de ese bestia que torturaba sin piedad y tregua, al pequeño e infortunado animal, a base de puñetazos, el chorro de agua a presión desde una manguera con la que también lo golpeaba y sus tremendos puñetazos y lanzamientos violentos contra el suelo.

La visión de esa espantosa escena era excesivamente dura y la persona que la compartía en Facebook, reconocía que no había podido llegar hasta el final. Yo, sacando fuerzas del rencor y la  indignación a esa “odiosa mole de carne”,  no puedo llamarla persona, lo hice.

Me dejó traumatizado y si en ese momento lo tengo delante, jugándome el físico, creo que hubiera tenido el coraje y la decisión de hacerle las mismas perrerías a él, (nunca mejor dicho), pero en mi caso, justificadas. Era imposible permanecer indiferente y sereno ante los ladridos de dolor y llanto de ese animal, que se te clavaban en el corazón como puñales afilados.

No me avergüenzo confesar que hasta se me escaparon unas lágrimas y estuve a punto de dar un fuerte puñetazo contra la mesa del ordenador para desahogar tanta rabia contenida. Los intentos del pequeño animal al querer escapar de su verdugo fueron inútiles porque lo tenía atado.

MATAR POR UN TROFEO

Odio la crueldad humana, si se puede calificar de esta manera este horrible proceder y me ofende, agrede mis sentimientos y dispara mi adrenalina a límites insospechados, cuando me encuentro ante estas monstruosidades. Soy contrario a toda tortura y muerte alevosa y más aún, si se hace por simple diversión. 

Los animales matan solo por sobrevivir, por defender sus territorios y familia o por hambre. El  hombre no tiene tantos prejuicios a la hora de segar una vida. Matamos por el dudoso orgullo de colgar como trofeo la ósea cornamenta de un ciervo, la cabeza de un toro o un jabalí, los colmillos de un elefante, (creo que Juan Carlos debió haber pedido perdón por su cacería a los elefantes, antes que a los españoles), el de un  rinoceronte, aunque esté en peligro de extinción, así como la piel afiligranada de un tigre o la de un león con su poblada cabellera.

Matamos por placer, por distracción, por utilizar las pieles de nuestras infelices víctimas en abrigos y otras prendas consideradas elegantes, aunque para ello hayamos tenido que matar a golpes, con inusitada crueldad  gran número de focas, nutrias, visones y otros animales que tienen tanto derecho a la vida como nosotros.

Actualmente se alzan voces airadas contra el “Toro de Tordesillas” y hasta los políticos, pensando en las próximas elecciones, toman partido a favor o en contra de esta cruenta forma de celebrar nuestras fiestas populares.

Como en el caso de Pedro Sánchez, el líder socialista, -que no me cae mal, por cierto-, para entrar telefónicamente en un programa televisivo e indicar al presentador que a él no lo verían nunca en una corrida de toros y que no era partidario de las  fiestas donde se torturaban animales.

“FIESTAS POPULARES”

Luego en otra entrevista,- pues está en todos los programas televisivos donde ve ocasión de intervenir y darse a conocer,  incluso aquellos que no tienen buenas críticas por su evidente chabacanería y continuas broncas de sus colaboradores-, ha declarado que no prohibirá, si llega al gobierno, las corridas de toros, como si en éstas hicieran disfrutar al animal de una grata tarde de sol. O se está a favor o se está en contra. No valen medias tintas. 

En otros lugares acostumbran a lanzar una cabra desde lo alto de un campanario para que se estrelle contra el suelo ante la jocosidad e insensibilidad de los vecinos. También se celebra la fiesta del “toro embolado”, al que colocan dos bolas ardiendo sobre sus cuernos, para que el animal recorra despavorido, traumatizado y torturado las calles de la localidad hasta que cae  extenuado o muerto, ante la diversión de un vecindario enloquecido y ajeno a la tremenda angustia de ese animal, que tiene sus sentimientos y sufre. 

La relación sería muy prolija. No sé qué ocurre en otros lugares, pero en nuestros pueblos han optado por celebrar sus fiestas a base del dolor y la muerte de un pobre animal. Nada extraño que al presenciar desde pequeños estas barbaridades algunos de nuestros hijos se acostumbren y acepten la violencia sin recelo. La consideran una manera de divertirse.

“Se puede afirmar con seguridad que quien es cruel con los animales, no puede ser buena perdona”. La frase es de Schopenhauer.     

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