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La influencia del verano y los constantes cambios técnicos


Félix Arbolí [colaboraciones].-

Hay días que te levantas con ganas de asomarte a la ventana y gritarle al mundo tu alegría por ese nuevo amanecer cargado de sugerentes perspectivas y otros que aún estando el cielo azul y luminoso, no te encuentras eufórico, ni contrariado, sencillamente ajeno a sueños y nostalgias. Como si nada de cuanto ocurra te pueda afectar.

Son los que se eligen para acabar esa novela que estabas leyendo, poner en orden tus papeles, saturarte de televisión o releer  una vez más aquel artículo o anécdota que hizo diferente un día de tu vida. Son los llamados días indecisos en los que puedes tener una grata sorpresa o una simple manera de llenar unas horas. Me figuro que a todos nos habrá pasado y al final de la jornada te das cuenta que has hecho bien y ha merecido la pena o has perdido inútilmente un día de tu vida.

El verano es una estación muy adecuada  para estas lagunas mentales y físicas, si no has podido viajar, asistir a un espectáculo que te  entusiasme o has tenido una agradable tertulia con amigos de la que has sacado nuevas ilusiones y mayores esperanzas.

Hoy he pasado la mañana viendo mis correos y lo publicado por amigos y conocidos y pasando a limpio y dándole los últimos toques a un relato corto que quiero enviar al Concurso del Ateneo de Sanlúcar, con cuyo presidente mantuve una conferencia telefónica y me informó de las bases y condiciones a seguir. Hay dos relatos que me gustan y son los que tanto mi mujer, como mi hijo mayor, Félix Juan, me han seleccionado de entre todos los que ya tenía escritos.

ESCRITOS EN EL CAJÓN

He tenido que hacer correcciones, pues llevaban más de once años guardados en un cajón y hoy, como por arte de birlibirloque, han salido de su encierro queriendo que alguien lea su contenido. Lo del concurso me ha venido bien, aunque solo puede enviarse uno por participante y no sé cuál de los dos elegir y menos aún, si a  los miembros del jurado le parecerá aceptable o digno de destacarse.

El presidente me ha dicho que aparte del que vaya a enviar para participar en el concurso de relatos cortos, puedo remitirle artículos, ensayos, reflexiones y demás, que no se ajusten al relato, para publicarlos en la entidad. Me gustaría en estos casos tener un ordenador menos sofisticado y más sencillo, para no tener que estar a cada momento corrigiendo palabras, acentuándolas o sustituyéndolas, porque escribo con bastante velocidad.


Mis años de actividad en el Juzgado de Marina, donde me encargaba de ir escribiendo  a máquina lo que el interrogado y juez hablaban, sin perder una simple coma, me han dejado esta herencia. Con la máquina de escribir no tenía problemas, pero con el ordenador y sobre todo, de últimos modelos, me encuentro bastantes, pues sus teclas, apenas las rozo, dejan su  marca en el escrito.

Mi dificultad es que no sé escribir despacio y de ahí vienen esas “cascadas”  que a veces aparecen en mis escritos, pues no se pueden llama “lagunas” y que a veces escribo “toro”, donde debía decir “loro” y el lector se queda perplejo no sabiendo si es que ya he empezado  a “chochear”.

PELEÁNDOME CON EL ORDENADOR

La realidad es que en este caso las teclas son más sensibles y rápidas que el movimiento de mis dedos. Sin darme cuenta en ocasiones que al teclear una me salen dos o la que no corresponde, pero es la que he rozado sin darme cuenta.


Hoy es uno de esos días que echo de menos mi antigua máquina de escribir, la que utilizaba en mis reportajes y actividades judiciales o, incluso, el primer ordenador que me compraron y al que ya estaba acostumbrado y él a mí.

Con éste nunca me acostumbro y cada día menos, pues siempre me vienen esos avisos indicándome un cambio de sistema, ampliación de no sé qué o actualización de otro rollo por el estilo. No paran de innovar para sacarle a uno los cuartos y hacerle estar aprendiendo toda la vida.

De todas formas el verano es una época difícil y complicada para mantener contactos, apretar las ideas para que salga algo interesante o sencillamente tener ganas de pensar y conectar viendo y pensando esas playas abarrotadas, montañas que invitan a la aventura o sentarse en una terraza por donde se sepa que han de pasar amigos y conocidos con los que poder echar un ratillo y tomar una simple y siempre rica horchata.


SELVA HUMANA

Alicientes y oportunidades que en este Madrid de mis calores no tengo en todo el año. Me acuerdo de mi calle La Vega, ese bar en su centro y tantos paisanos y buenas gentes pasando y saludándote y me doy cuenta que aquí, en los sesenta y dos años que llevo, no conozco ni hablo siquiera con los vecinos.

Siempre me ha gustado sembrar el camino que he de cubrir de rosas y esperanzas, para admirar la belleza de las primeras sin pensar en las espinas que ocultan, ni en las dificultades que pudieran salirme al encuentro.

Pero en esta selva humana donde los leones parecen gatos en comparación con los hombres, la vida se pasa sin darte cuenta y los días y las noches están siempre cargados de broncas, ruidos y sirenas, que nada tienen  que ver con el mar.

Menos mal que aún me queda el Amor. Solo él me compensa de tanto tedio y cuando no, sobresaltos. Es lo único que intento mantener inmutable en mi cotidiano recorrido y espero que me acompañe mientras me retienen en este planeta.



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