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Vandalismo


Francisco M. Navas [colaboraciones].-

No parece demasiado difĂ­cil entender que el vandalismo constituye una forma de expresiĂłn inconformista, esencialmente llevada a cabo por parte de un segmento de la juventud absolutamente minoritario pero violento, que nunca ha considerado su ciudad como la extensiĂłn de su casa, ni el mobiliario urbano como algo propio que pertenece a todos y entre todos pagamos.

Las pintadas, los destrozos inĂştiles de señales de tráfico, escaparates de comercios, paradas de autobĂşs y un sinfĂ­n de escenarios que podrĂ­amos dibujar, contienen en sĂ­ mismos una doble sinrazĂłn: de una parte, se destruye y se rompe por romper, tal vez como señal de protesta hacia no se sabe quĂ©, y en segundo lugar, se rompen y se destruyen todo tipo de cosas las más veces sin beneficio personal alguno para los que  llevan a cabo esos destrozos.

Todo ello adobado con la absoluta irreflexiĂłn que acompaña a estos actos, en tanto en cuanto los ejecutores o, en su defecto, sus padres, pagan con sus impuestos todo aquello que  es destrozado. 

El vocablo vandalismo deriva de la palabra vándalo, referida a la denominación de un pueblo bárbaro (para los romanos, bárbaro significaba extranjero) de procedencia centroeuropea, que contribuyó a la caída del Imperio Romano de Occidente. Y su triste fama deriva de que arrasaban a sangre y fuego todo cuanto encontraban a su paso.

CÓDIGO ÉTICO

El vandalismo que sufrimos en las ciudades, especialmente sobre el mobiliario urbano, obedece a multitud de causas, entre las que sobresaldrĂ­a la absoluta carencia de educaciĂłn cĂ­vica, la cual no tiene nada que ver con la condiciĂłn humilde o acomodada de la gente. Si me apuran, suelen darse un mayor nĂşmero de episodios de vandalismo entre hijos de familias ricas que de pobres.

Siendo yo profesor de un afamado colegio privado de Málaga, un grupo de alumnos estrellaron accidentalmente una vagoneta contra mi coche. Aun cuando me habían causado un perjuicio, buscaron a su tutor para dar cuenta del hecho y reconocieron que su conducta era reprobable. Y no pertenecían precisamente a familias pobres.

Sin embargo, siendo profesor en otro colegio, esta vez en la muy deprimida zona de Málaga de la Palma-Palmilla, a las pocas semanas de dar clase se me acercĂł un alumno, lĂ­der indiscutible del grupo de muchachos de su edad, para comunicarme, muy serio, que no hacĂ­a falta que cerrara con llave mi coche: nadie iba a atreverse a tocar el coche de su maestro, como siempre me llamaron. Incluso entre la gente humilde existe a veces un cĂłdigo Ă©tico mucho más fuerte que el de otros grupos sociales que presumen de cultos y civilizados.    

En cualquier caso he querido, al escribir sobre el vandalismo, abordar otra vertiente del mismo que todos bien conocemos y que sufrimos a diario: el vandalismo de los que ocupan cargos pĂşblicos y, tomando la corrupciĂłn por bandera, saquean las arcas de ayuntamientos, de comunidades autĂłnomas e incluso del Estado, eso sĂ­, vestidos con trajes caros y usando un lenguaje grandilocuente.

VANDALISMOS MUCHO PEORES

El vandalismo de los que actúan políticamente olvidándose de que fueron elegidos por el pueblo y al pueblo se deben, de que son ellos los que tienen que interesarse por los problemas de sus conciudadanos, sin dar lugar a que sea la ciudadanía la que los tenga que perseguir para lograr ser al menos escuchada.


El vandalismo de los que se saltan las leyes continuamente, con premeditación y alevosía, siempre en beneficio de sus propios intereses, y que invocan esas mismas leyes para encogerse de hombros y no solucionar los problemas de la gente cuando se los plantean; el vandalismo, en fin, de tanto y tanto mediocre que olvida sus orígenes y se crece cuando recibe un cargo cualquiera, pagado las más veces en demasía, sin responsabilidad alguna, sin rendir cuentas ni dar explicaciones y con derecho a actuar como se le venga en gana.

CuidĂ©monos de estos vándalos, que aunque pasan a nuestro lado todos los dĂ­as sin que ni siquiera nos demos cuenta, pueden perjudicarnos muchĂ­simo más que aquellos otros que apedrean una farola o tronchan una señal de tráfico. Y, por supuesto, a la postre nos salen a todos infinitamente más caros.   
    



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