Una espectacular demostración pirotécnica [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
"Yo no soy yo, soy una réplica de mi propio ser, hecha de aire", dijo con toda la naturalidad del mundo, y sonrió levemente, y se rascó la nariz como si se avergonzara de constatar un hecho evidente e innegable.
Yo traté de replicar, uno no puede ser una réplica de sí mismo, así, porque sí, de la noche a la mañana, y mucho menos una réplica hecha de aire.
"Pues yo sí", contestó. "Lo he soñado. Al despertar del sueño ya había dejado de ser yo. Soy una réplica hecha de aire, esta estructura material que ves aquí es solo apariencia, un producto de nuestra imaginación, de la mente, que tiende a ver lo que está acostumbrada a ver, que evita procesar lo que no puede comprender, que es incapaz de acomodarse con facilidad a los cambios. Soy una réplica hecha de aire, y podría desvanecerme en partículas solo con desearlo".
Pregunté donde estaba aquella persona material cuya existencia era indudable hasta ese mismo día. "Ya no está", contestó.
Aduje que eso no era posible, que la materia sólida no dejaba de existir sin razón de un momento a otro.
"Todos dejamos de existir de un momento a otro, y siempre lo hacemos sin razón", fue su respuesta.
Insistí en mi negativa a creer: "Me parece que estás es un error, te repito que no puede ser así".
Su rostro se ensombreció, preso de la duda. Vi cómo reflexionaba profundamente durante un período de tiempo que me pareció eterno.
"Tienes razón", comentó al fin. "Estoy en un error".
Sonreí aliviado.
"No soy una réplica hecha de aire, sino de fuego. Puedo demostrártelo".
Entonces estalló, se dispersó en miles de partículas brillantes que salieron disparadas en todas direcciones, que iluminaron la habitación, el barrio, que se elevaron al cielo y que pudieron ser observadas desde poblaciones adyacentes. Sin lugar a dudas, aquella fue una espectacular demostración pirotécnica. Lo que todos interpretaron como una maratoniana sesión de fuegos artificiales, la más bella y conmovedora que jamás hubieran visto, duró hasta al amanecer.
"Yo no soy yo, soy una réplica de mi propio ser, hecha de aire", dijo con toda la naturalidad del mundo, y sonrió levemente, y se rascó la nariz como si se avergonzara de constatar un hecho evidente e innegable.
Yo traté de replicar, uno no puede ser una réplica de sí mismo, así, porque sí, de la noche a la mañana, y mucho menos una réplica hecha de aire.
"Pues yo sí", contestó. "Lo he soñado. Al despertar del sueño ya había dejado de ser yo. Soy una réplica hecha de aire, esta estructura material que ves aquí es solo apariencia, un producto de nuestra imaginación, de la mente, que tiende a ver lo que está acostumbrada a ver, que evita procesar lo que no puede comprender, que es incapaz de acomodarse con facilidad a los cambios. Soy una réplica hecha de aire, y podría desvanecerme en partículas solo con desearlo".
Pregunté donde estaba aquella persona material cuya existencia era indudable hasta ese mismo día. "Ya no está", contestó.
Aduje que eso no era posible, que la materia sólida no dejaba de existir sin razón de un momento a otro.
"Todos dejamos de existir de un momento a otro, y siempre lo hacemos sin razón", fue su respuesta.
Insistí en mi negativa a creer: "Me parece que estás es un error, te repito que no puede ser así".
Su rostro se ensombreció, preso de la duda. Vi cómo reflexionaba profundamente durante un período de tiempo que me pareció eterno.
"Tienes razón", comentó al fin. "Estoy en un error".
Sonreí aliviado.
"No soy una réplica hecha de aire, sino de fuego. Puedo demostrártelo".
Entonces estalló, se dispersó en miles de partículas brillantes que salieron disparadas en todas direcciones, que iluminaron la habitación, el barrio, que se elevaron al cielo y que pudieron ser observadas desde poblaciones adyacentes. Sin lugar a dudas, aquella fue una espectacular demostración pirotécnica. Lo que todos interpretaron como una maratoniana sesión de fuegos artificiales, la más bella y conmovedora que jamás hubieran visto, duró hasta al amanecer.
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