Cuento
Francisco M. Navas [colaboraciones].-
HabĂa una vez, en un planeta muy lejano, un paĂs que, a base de esfuerzo, de consenso, de Ă©tica colectiva y de buena voluntad, habĂa conseguido cuasi la perfecciĂłn en su funcionamiento interno. Su sistema polĂtico era la MonarquĂa, como podĂa haber sido la RepĂşblica, pero no funcionaba como una monarquĂa al uso: el rey y su familia debĂan ser refrendados por el pueblo cada cuatro años, de manera que si por su comportamiento o el de alguno de los suyos hubiese de ser reprendido y no consiguiese el apoyo popular, el castigo consistirĂa el tener que abandonar el paĂs Ă©l y toda su familia y no volver nuca jamás.
Evidentemente habĂan llegado a la conclusiĂłn de que la democracia era el mejor sistema de gobierno posible, por lo que disfrutaban de una separaciĂłn de poderes tal y como hoy la conocemos: un gobierno que gobernaba, un conjunto de ciudadanos y ciudadanas elegidos por el pueblo que elaboraban y promulgaban las leyes y un potente cuerpo judicial que se encargaba de que las leyes se cumpliesen, claro.
Sin embargo, habĂan llegado a la conclusiĂłn de que, sin control popular, estos poderes acababan corrompiĂ©ndose, y se requerĂa un necesario equilibrio entre administradores y administrados, porque es en estos Ăşltimos donde residĂa la soberanĂa popular.
TambiĂ©n se dieron cuenta de que poseer un conjunto de medios de comunicaciĂłn que divulgasen las noticias y mantuviesen a la ciudadanĂa al tanto de lo que sucedĂa en el paĂs era condiciĂłn sine quanon para que su democracia funcionase bien, y para ello habĂan aprobado una ley muy singular: si la ciudadanĂa consideraba que los legisladores se apartaban peligrosamente de su deber de dictar leyes justas para todos, si los jueces no aplicaban con rigor la justicia, se tratase de poderosos o de gente humilde, y si el gobierno no fuese capaz de encontrar soluciones razonables a los problemas cotidianos, los hombres y mujeres de este paĂs sĂłlo tenĂan que colgar de sus ventanas y balcones, cada fin de mes, un pequeño estandarte negro con el anagrama de la balanza para censurar a la justicia, otro con el anagrama del bastĂłn de mando para los gobernantes y un tercero con el anagrama de su ConstituciĂłn para los legisladores.
SOLUCIONAR LOS PROBLEMAS COLECTIVOS
Si, por el contrario, consideraban que las actuaciones habĂan sido correctas e incluso sobresalientes, bastaba con colgar estandartes similares a los anteriores, pero de color verde, con lo cual cada fin de mes los diferentes medios de comunicaciĂłn sĂłlo tenĂan que dar fe de lo que reflejaban las fachadas de los edificios, y si durante seis meses consecutivos se repetĂa la censura a cualquiera de los tres poderes, se les obligaba a dimitir en bloque y a convocar nuevas elecciones, con el fin de ser sustituidos por personas que fuesen realmente capaces de solucionar los problemas colectivos.
Evidentemente, esos jueces, polĂticos o gobernantes censurados nunca más podĂan presentarse a otras elecciones, aĂşn cuando podĂan volver a sus respectivos trabajos como ciudadanos y ciudadanas corrientes.
Los partidos polĂticos sustentaban el acceso a la polĂtica como en cualquier otra democracia, pero hacĂa ya mucho tiempo que las candidaturas a cualquier puesto polĂtico se resolvĂan en votaciĂłn secreta mediante asambleas locales, en listas abiertas y por tanto desbloqueadas. Los que más votos sacaban eran los elegidos para pasar a la siguiente fase, sin distinciĂłn alguna entre hombres y mujeres, por lo que alguna vez se dio la paradoja de que todas las elegidas fueron mujeres u hombres.
Además, durante su primer mandato de cuatro años en el puesto polĂtico al que accedieran no podĂan ganar más dinero del que les correspondiese por su trabajo de referencia, para evitar corruptelas innecesarias. AsĂ, el oficinista seguirĂa ganando su sueldo de oficinista, el barbero su sueldo de barbero y la profesora de literatura su sueldo de profesora.
RECONVERSIĂ“N SINDICAL
Y si por cualquier causa cualquiera fuese sĂłlo imputado por un juez, por verse mezclado en asuntos turbios, deberĂa abandonar inmediatamente la polĂtica y para siempre, independientemente de su posible culpabilidad o inocencia, por si las moscas. Si eran reelegidos para un segundo mandato, su sueldo nunca podrĂa rebasar los cuatro mil euros, debiendo estar incluidos en ese dinero sus desplazamientos, dietas, etc., a fin de no enmascarar posibles sobresueldos que indignasen a la poblaciĂłn.
En caso de residir fuera de casa, el Estado les facilitarĂa un apartamento en rĂ©gimen de alquiler por el mĂłdico precio de 200 euros, que devolverĂan en el momento en que cesaran en sus cargos.
Los sindicatos tambiĂ©n habĂan sufrido una fuerte reconversiĂłn en sus estructuras, pues la sindicaciĂłn era obligatoria, pagándose por ella una cuota mĂnima, eso sĂ, suprimidas para siempre las subvenciones estatales, con lo que su independencia de actuaciĂłn ante los poderes pĂşblicos quedaba garantizada.
Además, si los jueces determinasen mediante sentencia que algĂşn sindicato habĂa participado en cualquier trama de corrupciĂłn, cohecho o fraude, por pequeña o localizada que fuese, la ley les permitĂa disolver la organizaciĂłn sindical de facto, por atentar directamente contra los derechos de los trabajadores a los que se suponĂa debĂan defender.
Los patronos, además de tener derecho a obtener beneficios de sus empresas y negocios, tenĂan la obligaciĂłn de velar por el bienestar de sus obreros. Si el beneficio excedĂa del sueldo del conjunto de sus empleados multiplicado por tres, se veĂa obligado a renegociar las condiciones laborales de sus asalariados, repartiendo entre ellos un treinta por ciento de esos excedentes, con lo que la productividad estaba garantizada.
PAĂŤS DE CUENTO
Los trabajadores, en cambio, aumentarĂan sus horarios de trabajo hasta en una hora diaria y renunciarĂan a la mitad de sus vacaciones en caso de que la empresa atravesase problemas econĂłmicos, y si hubiese que despedir a alguien, el trabajador podrĂa optar por acogerse al subsidio de desempleo o, cobrando una cantidad mayor, pagada siempre por el Estado, seguir trabajando en su empresa, a fin de sacarla a flote.
Los bancos debĂan ordenar sus beneficios en diferentes bloques, no dedicando a inversiones nunca más del treinta por ciento de sus activos, estando obligados a prestar a bajo interĂ©s otro treinta por ciento mĂnimo de todo su capital, a fin de promover nuevas empresas y la creaciĂłn de nuevos puestos de trabajo.
De otra parte, el Banco Estatal Ăšnico tendrĂa la obligaciĂłn de reinvertir el setenta y cinco por ciento de sus posibles beneficios en crĂ©ditos blandos a bajo interĂ©s, siempre un cuarto de punto por debajo de los bancos privados aunque, eso sĂ, extremando las garantĂas de recuperaciĂłn del capital.
Este cuento ya va siendo demasiado largo y sin embargo, no me cabe la menor duda de que si existiesen realmente controles democráticos en nuestra sociedad, si la polĂtica no se hubiese convertido en un estar en vez de en un actuar, si los grandes capitales tomasen conciencia de que deben su fortuna a la simple especulaciĂłn cuando no al sudor de millones de trabajadores y trabajadoras mal pagados, si los sindicatos no se llenasen los bolsillos de dinero sucio, si los jueces pudiesen sustanciar sus procedimientos en meses y no en años, si las religiones se dedicasen a adoctrinar a sus feligreses sĂłlo en sus respectivos templos, si los banqueros ganasen el salario mĂnimo interprofesional y si, en definitiva, quien la hiciese la pagase, podrĂamos decir que vivimos realmente en un paĂs de cuento.
HabĂa una vez, en un planeta muy lejano, un paĂs que, a base de esfuerzo, de consenso, de Ă©tica colectiva y de buena voluntad, habĂa conseguido cuasi la perfecciĂłn en su funcionamiento interno. Su sistema polĂtico era la MonarquĂa, como podĂa haber sido la RepĂşblica, pero no funcionaba como una monarquĂa al uso: el rey y su familia debĂan ser refrendados por el pueblo cada cuatro años, de manera que si por su comportamiento o el de alguno de los suyos hubiese de ser reprendido y no consiguiese el apoyo popular, el castigo consistirĂa el tener que abandonar el paĂs Ă©l y toda su familia y no volver nuca jamás.
Evidentemente habĂan llegado a la conclusiĂłn de que la democracia era el mejor sistema de gobierno posible, por lo que disfrutaban de una separaciĂłn de poderes tal y como hoy la conocemos: un gobierno que gobernaba, un conjunto de ciudadanos y ciudadanas elegidos por el pueblo que elaboraban y promulgaban las leyes y un potente cuerpo judicial que se encargaba de que las leyes se cumpliesen, claro.
Sin embargo, habĂan llegado a la conclusiĂłn de que, sin control popular, estos poderes acababan corrompiĂ©ndose, y se requerĂa un necesario equilibrio entre administradores y administrados, porque es en estos Ăşltimos donde residĂa la soberanĂa popular.
TambiĂ©n se dieron cuenta de que poseer un conjunto de medios de comunicaciĂłn que divulgasen las noticias y mantuviesen a la ciudadanĂa al tanto de lo que sucedĂa en el paĂs era condiciĂłn sine quanon para que su democracia funcionase bien, y para ello habĂan aprobado una ley muy singular: si la ciudadanĂa consideraba que los legisladores se apartaban peligrosamente de su deber de dictar leyes justas para todos, si los jueces no aplicaban con rigor la justicia, se tratase de poderosos o de gente humilde, y si el gobierno no fuese capaz de encontrar soluciones razonables a los problemas cotidianos, los hombres y mujeres de este paĂs sĂłlo tenĂan que colgar de sus ventanas y balcones, cada fin de mes, un pequeño estandarte negro con el anagrama de la balanza para censurar a la justicia, otro con el anagrama del bastĂłn de mando para los gobernantes y un tercero con el anagrama de su ConstituciĂłn para los legisladores.
SOLUCIONAR LOS PROBLEMAS COLECTIVOS
Si, por el contrario, consideraban que las actuaciones habĂan sido correctas e incluso sobresalientes, bastaba con colgar estandartes similares a los anteriores, pero de color verde, con lo cual cada fin de mes los diferentes medios de comunicaciĂłn sĂłlo tenĂan que dar fe de lo que reflejaban las fachadas de los edificios, y si durante seis meses consecutivos se repetĂa la censura a cualquiera de los tres poderes, se les obligaba a dimitir en bloque y a convocar nuevas elecciones, con el fin de ser sustituidos por personas que fuesen realmente capaces de solucionar los problemas colectivos.
Evidentemente, esos jueces, polĂticos o gobernantes censurados nunca más podĂan presentarse a otras elecciones, aĂşn cuando podĂan volver a sus respectivos trabajos como ciudadanos y ciudadanas corrientes.
Los partidos polĂticos sustentaban el acceso a la polĂtica como en cualquier otra democracia, pero hacĂa ya mucho tiempo que las candidaturas a cualquier puesto polĂtico se resolvĂan en votaciĂłn secreta mediante asambleas locales, en listas abiertas y por tanto desbloqueadas. Los que más votos sacaban eran los elegidos para pasar a la siguiente fase, sin distinciĂłn alguna entre hombres y mujeres, por lo que alguna vez se dio la paradoja de que todas las elegidas fueron mujeres u hombres.
Además, durante su primer mandato de cuatro años en el puesto polĂtico al que accedieran no podĂan ganar más dinero del que les correspondiese por su trabajo de referencia, para evitar corruptelas innecesarias. AsĂ, el oficinista seguirĂa ganando su sueldo de oficinista, el barbero su sueldo de barbero y la profesora de literatura su sueldo de profesora.
RECONVERSIĂ“N SINDICAL
Y si por cualquier causa cualquiera fuese sĂłlo imputado por un juez, por verse mezclado en asuntos turbios, deberĂa abandonar inmediatamente la polĂtica y para siempre, independientemente de su posible culpabilidad o inocencia, por si las moscas. Si eran reelegidos para un segundo mandato, su sueldo nunca podrĂa rebasar los cuatro mil euros, debiendo estar incluidos en ese dinero sus desplazamientos, dietas, etc., a fin de no enmascarar posibles sobresueldos que indignasen a la poblaciĂłn.
En caso de residir fuera de casa, el Estado les facilitarĂa un apartamento en rĂ©gimen de alquiler por el mĂłdico precio de 200 euros, que devolverĂan en el momento en que cesaran en sus cargos.
Los sindicatos tambiĂ©n habĂan sufrido una fuerte reconversiĂłn en sus estructuras, pues la sindicaciĂłn era obligatoria, pagándose por ella una cuota mĂnima, eso sĂ, suprimidas para siempre las subvenciones estatales, con lo que su independencia de actuaciĂłn ante los poderes pĂşblicos quedaba garantizada.
Además, si los jueces determinasen mediante sentencia que algĂşn sindicato habĂa participado en cualquier trama de corrupciĂłn, cohecho o fraude, por pequeña o localizada que fuese, la ley les permitĂa disolver la organizaciĂłn sindical de facto, por atentar directamente contra los derechos de los trabajadores a los que se suponĂa debĂan defender.
Los patronos, además de tener derecho a obtener beneficios de sus empresas y negocios, tenĂan la obligaciĂłn de velar por el bienestar de sus obreros. Si el beneficio excedĂa del sueldo del conjunto de sus empleados multiplicado por tres, se veĂa obligado a renegociar las condiciones laborales de sus asalariados, repartiendo entre ellos un treinta por ciento de esos excedentes, con lo que la productividad estaba garantizada.
PAĂŤS DE CUENTO
Los trabajadores, en cambio, aumentarĂan sus horarios de trabajo hasta en una hora diaria y renunciarĂan a la mitad de sus vacaciones en caso de que la empresa atravesase problemas econĂłmicos, y si hubiese que despedir a alguien, el trabajador podrĂa optar por acogerse al subsidio de desempleo o, cobrando una cantidad mayor, pagada siempre por el Estado, seguir trabajando en su empresa, a fin de sacarla a flote.
Los bancos debĂan ordenar sus beneficios en diferentes bloques, no dedicando a inversiones nunca más del treinta por ciento de sus activos, estando obligados a prestar a bajo interĂ©s otro treinta por ciento mĂnimo de todo su capital, a fin de promover nuevas empresas y la creaciĂłn de nuevos puestos de trabajo.
De otra parte, el Banco Estatal Ăšnico tendrĂa la obligaciĂłn de reinvertir el setenta y cinco por ciento de sus posibles beneficios en crĂ©ditos blandos a bajo interĂ©s, siempre un cuarto de punto por debajo de los bancos privados aunque, eso sĂ, extremando las garantĂas de recuperaciĂłn del capital.
Este cuento ya va siendo demasiado largo y sin embargo, no me cabe la menor duda de que si existiesen realmente controles democráticos en nuestra sociedad, si la polĂtica no se hubiese convertido en un estar en vez de en un actuar, si los grandes capitales tomasen conciencia de que deben su fortuna a la simple especulaciĂłn cuando no al sudor de millones de trabajadores y trabajadoras mal pagados, si los sindicatos no se llenasen los bolsillos de dinero sucio, si los jueces pudiesen sustanciar sus procedimientos en meses y no en años, si las religiones se dedicasen a adoctrinar a sus feligreses sĂłlo en sus respectivos templos, si los banqueros ganasen el salario mĂnimo interprofesional y si, en definitiva, quien la hiciese la pagase, podrĂamos decir que vivimos realmente en un paĂs de cuento.
oju navita vaya plastelazo.
ResponderEliminarY que largo picha...
Pienso que habrá que indemnizar por vida a todos los alumnos del "maestrillo liendre" este.
ResponderEliminarSi por sistema, este individuo le largaba a las criaturĂtas indefensas que tenĂa a su cargo, esta serie de ensoñaciones, fruto de una mala digestiĂłn despuĂ©s de haber tomado el sol alegremente durante 12 horas seguidas sin protecciĂłn alguna y bajo los efectos de 20 optalidones caducados. Pienso que estos pobres niños todavĂa se tienen que estar acordando de Ă©l y de todas sus castas.
Querido Paco, jubilarse viene de jĂşbilo, es decir, pasarselo biĂ©n, pero NO molestar a las personas. Primero lo intentástes pretendiendo escalar en tu partido a codazos y pisando a quienes pensabas que te podrĂan hacer sombra; luego te cargastes la antigua FederaciĂłn del Pago del Humo, porque NO se te daba la "importancia" que piensas que mereces; despuĂ©s te incluĂstes en la nueva Federacioncilla del Pago Humo, en la que manipulastes a tu antojo hasta conseguir enfrentar al presidente de la misma con todo el mundo incluĂdo su yerno el concejal.
Ahora estás de cuenta cuentos, como el sapo.
Sé que se te da muy bien inventar, sobretodo para destruir y dañar, pero también se que Chiclana es muy pequeña y por fortuna ya se te conoce.
Con todos mis respetos te deseo que te marches a predicar a Pernanbuco, la Conchinchina o al mismĂsimo cara.., pero pòr favor, DEJANOS EN PAZ.
jajajajaj chapĂł, numero 2, eso es lo unico que se merece el maestrillo calao
ResponderEliminar¡¡¡ jay que vĂ© er levante queztáciendo !!!
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