La felicidad no existe
La felicidad es un trayecto corto, no un destino, aunque sea el deseo más ansiado y compartido del ser humano. Dicen que la verdadera felicidad consiste en amar y gozar lo que tenemos. Que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita. La definen, usando una formula más sencilla, como el hecho de poder y querer ser útil a los demás.
La gran escritora Pearl S. Buck reprochaba que muchas personas pierden las pequeñas alegrĂas que le ofrece la vida, esperando esa inalcanzable felicidad. Como ven el deseo y la meta más comĂşn a toda persona es un objetivo muy complicado y difĂcil de conseguir y definir.
Hay quienes se pasan la vida buscando la felicidad y mueren sin conseguirla. Buscar la felicidad es una entelequia, porque la felicidad como estado de ánimo permanente, no existe. Yo la defino como momentos de mayor o menor duraciĂłn, que producen una grata sensaciĂłn en el momento de disfrutarla, pero que sabemos que es algo efĂmero y doloroso recordar cuando la realidad se haya impuesto.
En ocasiones la consideramos posible viendo cĂłmo viven algunos, pero ignoramos los enormes remordimientos, inquietudes y constante miedo de que ese estado de bienestar acabe en cualquier momento y las caĂdas desde las grandes alturas son siempre de más graves consecuencias que el tropiezo sufrido teniendo sus pies más cerca del suelo que del cielo.
EL QUE DIGA QUE ES FELIZ ES UN ILUSO
La felicidad no existe en esta vida y en la otra está por descubrir. Se han escrito ensayos, cuentos y relatos sobre esta utopĂa y nadie ha conseguido descifrar la fĂłrmula para alcanzarla y retenerla más allá de una mera ilusiĂłn o un espejismo. Nadie, salvo los privados de razĂłn saben que pueden retener ese estado de ánimo y manera de vivir todo el tiempo que lo desee.
Somos conscientes que a los dĂas esplĂ©ndidos y soleados pueden suceder los que tiñen de negro cielos y tierra. Me atrevo a ir más lejos y os puedo asegurar que el que diga que es feliz, es un iluso e insensato que sabe que más tarde o más temprano ese mĂtico castillo de naipes o de arena, habrá desaparecido y solo quedará el llanto. No quiero ser aguafiestas pero no he conocido a nadie que haya vivido siempre feliz.
Nuestra existencia está condenada a los contrastes más inverosĂmiles. Hasta el aterrizaje en este mundo viene precedido por las palmadas que dan al reciĂ©n nacido para arrancarle el llanto, que dicen viene bien a sus pulmones, pero yo creo que es para indicarle que acaba de iniciar una etapa donde el “claustro materno”, ya no será su defensa y segura alimentaciĂłn.
VIVIR EN UN CONTINUO SABRESALTO
El llano marca el inicio y el final de nuestras vidas, cuando cumplida la misión que nos encargan, -pongan aquà lo que crean-, regresemos a ese lugar que unos describen como luminoso y alegre, y otros oscuro y tenebroso. Hasta pensando en el más allá vivimos con el desconocimiento y temor de lo que nos vamos a encontrar, para que no pueda asegurarse que al acabar la vida, terminan los sufrimientos y se aclara el panorama sobre nuestra suerte.
Estamos condenados, ignoro por qué motivos, a vivir en un continuo sobresalto. En un mundo donde luchamos por algo que no existe y, lo que es peor, todos lo sabemos, aunque seguimos empecinados en esta batalla contra reloj, cuyas manecillas jamás se detienen, ni hay modo capaz de detenerlas en ese instante donde parece que hemos alcanzado la meta perseguida.
El rico, aunque parezca lo contrario, no es feliz, yo estoy convencido de que es más desgraciado aún que el que no tiene nada cuando emprenden ese viaje sin retorno. No tiene la seguridad de si su marcha es un momento.
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