Propósito de enmienda
Francisco M. Navas [colaboraciones].-
Reconozco
que se me ha cogido un pellizco en el estómago cuando he visto la noticia de
esas empresas que se reconvierten para ayudar a proporcionarnos esos materiales
de protección que tanto necesitamos. Y con ellas, de la mano, a todas las
personas que desinteresadamente han aportado su granito de arena en medio de
este caos. Personas jubiladas, en el paro o en activo, jóvenes o menos jóvenes,
todas con un propósito común: salvar vidas a toda costa.
Y se me
revuelve el estómago, cómo no, con las imágenes engominadas de esos políticos
mezquinos y mediocres que aprovechan cualquier desgracia para soltarnos los
consabidos “ya lo dije yo” o “ya sabía yo lo que iba a pasar”, con la única
y despreciable intención de arrimar el ascua a su sardina ideológica.
¿Cómo se
puede culpar a nadie de una pandemia? ¿Cómo se puede mantener hoy en día esa
imagen de las dos Españas, del Duelo a
Garrotazos de Goya? ¿Cómo es
posible que, aun sabiendo todo el mundo a ciencia cierta que se aprende a base
de errores ante lo desconocido, vuelvan a aparecer esa caterva de políticos mezquinos, criticándolo todo, anunciando mayores catástrofes,
mientras la gran mayoría de la población, gentes de todo pelaje y condición se
ocupan de arrimar el hombro anónimamente, ayudando en lo que buenamente pueden,
pensando no en el yo, sino en los demás?
Pienso que
más que intentar denunciar posibles errores, estos desahogados lo que pretenden
a toda costa es derribar a un gobierno legítimo que, con fallos o aciertos,
está tratando de salvar el mayor número de personas posible.
NO ES
MOMENTO DEL Y TÚ MÁS
Y con todo
el cinismo que se pueda uno imaginar, ahora se adornan de una especie de
amnesia general, gracias a la cual no recuerdan ni asumen mucha de la ruina de
este país de la que son directamente culpables. Posiblemente ya no recuerdan
que fueron ellos los que recortaron salvajemente la sanidad y la educación
públicas, la investigación y las ayudas a la dependencia.
Sin
embargo, no es momento del “y tú más”.
Esta crisis nos está golpeando tan duramente que si no se rompe definitivamente
la espiral de acusaciones mutuas, nunca podremos distinguir a la clase política
corrupta de la honesta. Si alguien cree que al barro se le responde con el
barro, se equivoca de medio a medio.
Ese tipo
de comportamiento sólo acaba igualándote a los miserables. Ponderación, mesura
y oídos sordos a los idiotas, a los tuercebotas, a los difamadores. Porque
siguiendo estas pautas, tu mensaje llegará nítido a las personas de bien.
Entrar en un diálogo de sordos con esa canalla, sólo conduce a igualarte con
ellos.
Nunca he
oído a nadie quejarse del dinero que nos cuesta a todos sacar a mil policías a
la calle cada fin de semana para proteger a los hinchas de un triste partido de
fútbol. Ni tampoco se han dedicado tertulias y tertulianos a debatir en un
monográfico interminable sobre los 1317 fallecidos en las carreteras en 2017,
ni a los 4451 hospitalizados por esos mismos accidentes.
UNA MALA
PESADILLA
Evidentemente,
tras esta hecatombe que padecemos, habrá un mañana. Y ese mañana deberá
asentarse sobre un firme y decidido propósito de enmienda. Sobre todo y ante
todo, no repetir los mismos errores.
Cuando
todo pase, ¿quedará todavía alguien que defienda lo privado frente a lo
público? ¿Cuántas epidemias tenemos que sufrir, cuántos fallecimientos de
parientes o amigos hemos de soportar para convencernos de que hay que
fortalecer la sanidad pública, la educación pública, la investigación pública y
la asistencia social pública? ¿Cuándo, desde el gobierno de turno, se acabará
con esos negocios privados que socaban nuestro estado del bienestar y que están
montados exclusivamente para ganar dinero?
Lo que
puedo asegurarles sin temor a equivocarme es que, cuando la pandemia que nos
azota derive tan sólo en una mala pesadilla, seguro que todos esos que ahora lo
cuestionan todo nos animarán a salir, a gastar, a consumir. Que cada cual
interprete la lección del coronavirus como le apetezca.
Yo les
aseguro que lo que sí pienso hacer es abrazar y besar a mi esposa, a los míos,
pasear, respirar aire puro, ver alguna que otra puesta de sol y contemplar cómo
la gente se vuelve a apelotonar en tiendas, supermercados, cines y bares,
respirando el mismo aire viciado que hace meses, pero con la salvedad de que,
por ahora, no mata.
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