Al salir del cine: LA INFANCIA DESAHUCIADA (Mud)
César Bardés [colaborador].-
La infancia es esa edad en la que, casi sin quererlo, los sueños comienzan a tomar la forma de realidad pero siempre con la extraña sensaciĂłn de que la felicidad puede estar ahĂ, muy cerca, en el siguiente recodo. TambiĂ©n es el momento en el que los ojos parecen agrandarse y los sentimientos se agolpan porque se cree en cosas tan simples y tan inalcanzables como la amistad, el amor y la certeza de que todo es posible. El futuro está ahĂ delante y solo hay que agarrarlo con la suficiente fascinaciĂłn por Ă©l.
Sin embargo, la infancia también es el tránsito inmaduro hacia la desgracia. Todo depende de un hilo que es demasiado fácil de cortar. La estabilidad puede romperse y eso parece el fin del mundo. La primeriza atracción por una chica está sustentada por unos románticos ideales que se forjan a través de la decepción. Y, sobre todo, hay un elemento perturbador de esa edad que se empeña en aparecer una y otra vez para hacer de lo inevitable, una pasada de largo: los adultos.
Por el contrario, hay adultos que se empecinan en conservar la ilusión de una infancia que hace tiempo que se dejó atrás. Los sueños de romanticismo son tan dulces, tan agradables que se hace muy complicado renunciar a ellos para afrontar las responsabilidades propias de la madurez. No es fácil ser niño pero tampoco es fácil ser adulto. Entre otras cosas porque los adultos caen en una enfermedad que se propaga como el fuego. Se llama mentira.
Y asĂ, lo que parece una leyenda se transforma en una realidad, la fascinaciĂłn por el sueño de la libertad no es más que un fantasma que se aleja rĂo abajo. No queda más remedio que desahuciar esa infancia hecha de sueños y de romanticismos para dar paso al hombre. Ése mismo que sabe que debe haber unos valores para todos los que andamos, convivimos y respiramos. Es hora de bajar de la copa de los árboles e integrarse en la corriente que lleva tanta grandeza como suciedad. La vida es asĂ. Hoy, la decepciĂłn. Mañana, tal vez, un guiño para la esperanza. Entre medias, una sacudida brutal.
Jeff Nichols es un director que ya hizo una pelĂcula notablemente interesante con Take shelter y aquĂ sabe dar una vuelta de tuerca a las incoherencias del ser humano a travĂ©s del esplĂ©ndido trabajo de un reparto al que ha sabido mimar lo suficiente como para extraer lo mejor de Ă©l. Nichols no es precipitado, cuenta las cosas con paciencia, construyendo poco a poco el castillo de sensaciones que van a sitiar a sus personajes y los dota de un orden que siempre va precedido de una causa. El resultado es una pelĂcula sĂłlida, lĂşcida en su mirada al mundo infantil que tiene que aprender a base de decepciones y de iras, de cariños y ternura. Incluso cuando debe mirar a la personalidad más oscura de todas, hay un cierto trazo de comprensiĂłn. Tal vez porque el mundo es un pantano peligroso, lleno de islas y serpientes que se empeñan en cortar el paso a los sueños y, desde luego, en hacer que se elimine todo rastro de inocencia que pueda quedar en los seres humanos. De todas las edades. De todos los pensares.
Crecer, en contra de lo que todos creemos, es una tarea reservada para los héroes. La incomodidad de lo ingenuo es el paso previo a la seguridad del hombre bueno. Aunque, quizás, no todos podamos ser buenos y, de vez en cuando, haya que sacar algo de rabia interior cuando aquello en lo que se cree se vuelve un muro que muerde futuras libertades. Y nadie es libre del todo. Bien que nos hemos encargado de ello. Por mucho que una mentira nos haga salir del paso o por más que la verdad se haya convertido en valor supremo para un niño. Al fin y al cabo, es un gran principio para alguien que tiene que crecer en un entorno que no quiere más que hombres infelices.
La infancia es esa edad en la que, casi sin quererlo, los sueños comienzan a tomar la forma de realidad pero siempre con la extraña sensaciĂłn de que la felicidad puede estar ahĂ, muy cerca, en el siguiente recodo. TambiĂ©n es el momento en el que los ojos parecen agrandarse y los sentimientos se agolpan porque se cree en cosas tan simples y tan inalcanzables como la amistad, el amor y la certeza de que todo es posible. El futuro está ahĂ delante y solo hay que agarrarlo con la suficiente fascinaciĂłn por Ă©l.
Sin embargo, la infancia también es el tránsito inmaduro hacia la desgracia. Todo depende de un hilo que es demasiado fácil de cortar. La estabilidad puede romperse y eso parece el fin del mundo. La primeriza atracción por una chica está sustentada por unos románticos ideales que se forjan a través de la decepción. Y, sobre todo, hay un elemento perturbador de esa edad que se empeña en aparecer una y otra vez para hacer de lo inevitable, una pasada de largo: los adultos.
Por el contrario, hay adultos que se empecinan en conservar la ilusión de una infancia que hace tiempo que se dejó atrás. Los sueños de romanticismo son tan dulces, tan agradables que se hace muy complicado renunciar a ellos para afrontar las responsabilidades propias de la madurez. No es fácil ser niño pero tampoco es fácil ser adulto. Entre otras cosas porque los adultos caen en una enfermedad que se propaga como el fuego. Se llama mentira.
Y asĂ, lo que parece una leyenda se transforma en una realidad, la fascinaciĂłn por el sueño de la libertad no es más que un fantasma que se aleja rĂo abajo. No queda más remedio que desahuciar esa infancia hecha de sueños y de romanticismos para dar paso al hombre. Ése mismo que sabe que debe haber unos valores para todos los que andamos, convivimos y respiramos. Es hora de bajar de la copa de los árboles e integrarse en la corriente que lleva tanta grandeza como suciedad. La vida es asĂ. Hoy, la decepciĂłn. Mañana, tal vez, un guiño para la esperanza. Entre medias, una sacudida brutal.
Jeff Nichols es un director que ya hizo una pelĂcula notablemente interesante con Take shelter y aquĂ sabe dar una vuelta de tuerca a las incoherencias del ser humano a travĂ©s del esplĂ©ndido trabajo de un reparto al que ha sabido mimar lo suficiente como para extraer lo mejor de Ă©l. Nichols no es precipitado, cuenta las cosas con paciencia, construyendo poco a poco el castillo de sensaciones que van a sitiar a sus personajes y los dota de un orden que siempre va precedido de una causa. El resultado es una pelĂcula sĂłlida, lĂşcida en su mirada al mundo infantil que tiene que aprender a base de decepciones y de iras, de cariños y ternura. Incluso cuando debe mirar a la personalidad más oscura de todas, hay un cierto trazo de comprensiĂłn. Tal vez porque el mundo es un pantano peligroso, lleno de islas y serpientes que se empeñan en cortar el paso a los sueños y, desde luego, en hacer que se elimine todo rastro de inocencia que pueda quedar en los seres humanos. De todas las edades. De todos los pensares.
Crecer, en contra de lo que todos creemos, es una tarea reservada para los héroes. La incomodidad de lo ingenuo es el paso previo a la seguridad del hombre bueno. Aunque, quizás, no todos podamos ser buenos y, de vez en cuando, haya que sacar algo de rabia interior cuando aquello en lo que se cree se vuelve un muro que muerde futuras libertades. Y nadie es libre del todo. Bien que nos hemos encargado de ello. Por mucho que una mentira nos haga salir del paso o por más que la verdad se haya convertido en valor supremo para un niño. Al fin y al cabo, es un gran principio para alguien que tiene que crecer en un entorno que no quiere más que hombres infelices.
espectacular articulo bardes que eclipsa totalmente su cometido que no es otro que anunciar una pelicula.
ResponderEliminartengo que reconocerlo
argunas veces bardes me toca la morá
saludos
Buenas, Fu: No hay nada mejor que volver de vacaciones y encontrarse con que alguien me dedica todos estos elogios.
ResponderEliminarNo dejemos de ser niños.
Saludos variados.