Gente
Francisco M. Navas [colaboraciones].-
Ahora que muchos de nuestros dirigentes empiezan a hablar del final de la crisis que ellos mismos crearon por acción o por omisión, que lo mismo da, creo que ha llegado el momento de rendir un homenaje a la gente. Y pongo gente con minúsculas, porque cualquiera que se salga de los parámetros básicos considerados como normales no merece ser llamado gente.
Como verán, no utilizo esta palabra en sentido despectivo. Antes bien, cada dĂa me asombro al contemplar los diversos comportamientos solidarios de tanta y tanta gente que, de manera muda o levantando la voz, contribuye a sostener los pilares que aĂşn quedan de lo que se dio en llamar estado del bienestar.
A nadie se le desean desgracias, pues cuando uno desea el mal del vecino, el suyo le viene de camino. No obstante, no es menos cierto que todos tenemos en mente una interminable lista de personas de las que no nos compadecerĂamos si sufriesen algĂşn tipo de desgracia, nunca sobre su salud fĂsica, pero sĂ sobre sus siempre repletos bolsillos, como ir a la cárcel siendo empresario, desaparecer para siempre de la vida polĂtica habiendo vivido toda la vida de ella, un robo en la caja de seguridad de esa familia donde guarda las alhajas compradas con el sudor de sus obreros, una buena estafa a un banco estafador, un mal contrato para un mal sindicalista, etc.
Pues bien, al final, lo importante siempre es la gente. Y no hay mejor manera de definir algo que nombrarlo pormenorizadamente: asĂ, entiendo por gente todos aquellos que ayudan al familiar, al vecino o a cualquiera sin esperar nada a cambio; son gente igualmente cuantos pertenecen a movimientos de protesta, o de reivindicaciĂłn, o de lucha activa o pasiva de cualquier clase, porque ellos mantienen viva la llama de la decencia e impiden que se acabe de pudrir esta sociedad corrupta.
POLĂŤTICOS, REYES Y EMPRESARIOS
Son gente todas aquellas personas que desempeñan eficazmente su trabajo en silencio, sin aspavientos, pasando desapercibidos para los demás, pero admirados por los suyos como ejemplos de dignidad y honradez; tambiĂ©n son gente los que con becas o salarios de miseria investigan o inventan a diario para salvar vidas, curar enfermedades, mejorar alimentos o procurarnos nuevas fuentes de energĂa.
No son gente, sin embargo, los polĂticos, porque viven como reyes y se suceden de padres a hijos; ni los grandes empresarios y banqueros, porque amasan dĂa a dĂa inmensas fortunas robándoles el pan y la sal a los demás; ni los afamados artistas, por mucho que aparezcan de vez en cuando realizando tal o cual proyecto solidario, porque nunca sufrirán la miseria del proyecto que patrocinan ante las cámaras.
Ni los curas, porque a pesar de tener la vida resuelta sólo se ocupan del más allá y casi nunca de los sufrimientos y penurias que la gente soporta en el más acá; ni los sindicalistas de revista del corazón, que ya no se acuerdan de lo que es defender a la clase obrera, mientras lucen en sus muñecas relojes de varios miles de euros; ni los terratenientes, preocupados más por sus caballos y sus vacas que por sus jornaleros.
Ni los deportistas, cuyo tren de vida iguala a muchos multimillonarios por el simple hecho de practicar mejor o peor un deporte, ni son gente los jueces que no se conforman con su más que generoso sueldo y cobran dietas por todas partes. Tampoco son gente todo ese famoseo trasnochado poblado de parásitos con el que nos adornan los pretelediarios dĂa a dĂa y que ganan más con una entrevista de cutis de plástico que usted o que yo en un año.
SABEMOS DE QUÉ PIE COJEAN
En cualquier caso, si sumamos la verdadera y autĂ©ntica gente frente a toda esa reata de ganapanes y tuercebotas, la gente gana por mayorĂa. De ahĂ la importancia de intentar amedrentar y asustar a la gente continuamente a travĂ©s de la retahĂla diaria de malas noticias en los periĂłdicos, en la radio, en los telediarios.
Y como guinda del pastel, la monserga cotidiana de que hay que trabajar más horas y ganar menos, de que hay que consumir mucho para levantar la economĂa, aunque a la vez hay que ahorrar para que los bancos no se quejen, y para rematar la historia, el cuento chino de que ellos son los trabajadores, los responsables, la gente seria, los gurĂşs del futuro, los que se preocupan permanentemente por nuestro bienestar.
Menos mal que la gente sabemos de quĂ© pie cojean, y tarde o temprano ajustaremos cuentas con ellos. Porque lo mismo pesa y cuenta el voto de Emilio BotĂn que el de JosĂ© GarcĂa, mi vecino albañil.
Y los que durante toda nuestra vida hemos tenido el orgullo de ser gente sabemos muy bien cĂłmo apretarnos ese cinturĂłn que ya nos da dos vueltas a la cintura, cĂłmo vivir con lo imprescindible cuando vienen mal dadas y como apretar los dientes y los puños para, llegado el momento, hacer valer nuestra inmensa mayorĂa, la que derriba sistemas polĂticos, la que cambia gobiernos, la que abole leyes injustas, la que defiende con uñas y dientes, si fuera preciso, todo aquello por lo que lucharon y consiguieron nuestros padres y madres.
Cuidado con la gente. Su impulso, una vez puesta en marcha, no lo podrá parar nada ni nadie.
Ahora que muchos de nuestros dirigentes empiezan a hablar del final de la crisis que ellos mismos crearon por acción o por omisión, que lo mismo da, creo que ha llegado el momento de rendir un homenaje a la gente. Y pongo gente con minúsculas, porque cualquiera que se salga de los parámetros básicos considerados como normales no merece ser llamado gente.
Como verán, no utilizo esta palabra en sentido despectivo. Antes bien, cada dĂa me asombro al contemplar los diversos comportamientos solidarios de tanta y tanta gente que, de manera muda o levantando la voz, contribuye a sostener los pilares que aĂşn quedan de lo que se dio en llamar estado del bienestar.
A nadie se le desean desgracias, pues cuando uno desea el mal del vecino, el suyo le viene de camino. No obstante, no es menos cierto que todos tenemos en mente una interminable lista de personas de las que no nos compadecerĂamos si sufriesen algĂşn tipo de desgracia, nunca sobre su salud fĂsica, pero sĂ sobre sus siempre repletos bolsillos, como ir a la cárcel siendo empresario, desaparecer para siempre de la vida polĂtica habiendo vivido toda la vida de ella, un robo en la caja de seguridad de esa familia donde guarda las alhajas compradas con el sudor de sus obreros, una buena estafa a un banco estafador, un mal contrato para un mal sindicalista, etc.
Pues bien, al final, lo importante siempre es la gente. Y no hay mejor manera de definir algo que nombrarlo pormenorizadamente: asĂ, entiendo por gente todos aquellos que ayudan al familiar, al vecino o a cualquiera sin esperar nada a cambio; son gente igualmente cuantos pertenecen a movimientos de protesta, o de reivindicaciĂłn, o de lucha activa o pasiva de cualquier clase, porque ellos mantienen viva la llama de la decencia e impiden que se acabe de pudrir esta sociedad corrupta.
POLĂŤTICOS, REYES Y EMPRESARIOS
Son gente todas aquellas personas que desempeñan eficazmente su trabajo en silencio, sin aspavientos, pasando desapercibidos para los demás, pero admirados por los suyos como ejemplos de dignidad y honradez; tambiĂ©n son gente los que con becas o salarios de miseria investigan o inventan a diario para salvar vidas, curar enfermedades, mejorar alimentos o procurarnos nuevas fuentes de energĂa.
No son gente, sin embargo, los polĂticos, porque viven como reyes y se suceden de padres a hijos; ni los grandes empresarios y banqueros, porque amasan dĂa a dĂa inmensas fortunas robándoles el pan y la sal a los demás; ni los afamados artistas, por mucho que aparezcan de vez en cuando realizando tal o cual proyecto solidario, porque nunca sufrirán la miseria del proyecto que patrocinan ante las cámaras.
Ni los curas, porque a pesar de tener la vida resuelta sólo se ocupan del más allá y casi nunca de los sufrimientos y penurias que la gente soporta en el más acá; ni los sindicalistas de revista del corazón, que ya no se acuerdan de lo que es defender a la clase obrera, mientras lucen en sus muñecas relojes de varios miles de euros; ni los terratenientes, preocupados más por sus caballos y sus vacas que por sus jornaleros.
Ni los deportistas, cuyo tren de vida iguala a muchos multimillonarios por el simple hecho de practicar mejor o peor un deporte, ni son gente los jueces que no se conforman con su más que generoso sueldo y cobran dietas por todas partes. Tampoco son gente todo ese famoseo trasnochado poblado de parásitos con el que nos adornan los pretelediarios dĂa a dĂa y que ganan más con una entrevista de cutis de plástico que usted o que yo en un año.
SABEMOS DE QUÉ PIE COJEAN
En cualquier caso, si sumamos la verdadera y autĂ©ntica gente frente a toda esa reata de ganapanes y tuercebotas, la gente gana por mayorĂa. De ahĂ la importancia de intentar amedrentar y asustar a la gente continuamente a travĂ©s de la retahĂla diaria de malas noticias en los periĂłdicos, en la radio, en los telediarios.
Y como guinda del pastel, la monserga cotidiana de que hay que trabajar más horas y ganar menos, de que hay que consumir mucho para levantar la economĂa, aunque a la vez hay que ahorrar para que los bancos no se quejen, y para rematar la historia, el cuento chino de que ellos son los trabajadores, los responsables, la gente seria, los gurĂşs del futuro, los que se preocupan permanentemente por nuestro bienestar.
Menos mal que la gente sabemos de quĂ© pie cojean, y tarde o temprano ajustaremos cuentas con ellos. Porque lo mismo pesa y cuenta el voto de Emilio BotĂn que el de JosĂ© GarcĂa, mi vecino albañil.
Y los que durante toda nuestra vida hemos tenido el orgullo de ser gente sabemos muy bien cĂłmo apretarnos ese cinturĂłn que ya nos da dos vueltas a la cintura, cĂłmo vivir con lo imprescindible cuando vienen mal dadas y como apretar los dientes y los puños para, llegado el momento, hacer valer nuestra inmensa mayorĂa, la que derriba sistemas polĂticos, la que cambia gobiernos, la que abole leyes injustas, la que defiende con uñas y dientes, si fuera preciso, todo aquello por lo que lucharon y consiguieron nuestros padres y madres.
Cuidado con la gente. Su impulso, una vez puesta en marcha, no lo podrá parar nada ni nadie.
y tu en que clase de gente te metes..........ah,no tu eres otra cosa
ResponderEliminary tu en que clase de gente te metes..........ah,no tu eres otra cosa
ResponderEliminarSr. Paco Navas: ¿De que tipo de gente hablamos, cuando construyen ilegalmente en zonas fuera de ordenamiento urbanĂstico y en zona inundable?
ResponderEliminar¿Es lĂcito reirse de la Ley, cuando esta note conviene?
¡Que te compre quiĂ©n no te conozca!
Como el Maestro Liendre, que de todo sabe y de nada entiende.
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